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Lo que recuerdo de Txetxu

Hace un mes me escribió un mensaje con la fotografía que aparece sobre estas líneas. ¿A que si me pongo unas gafas de pasta soy clavadito a Sampaoli? Era el día en el que se presentaba mi libro sobre Aduriz. Me decía que me incluía en sus oraciones. Por la tarde, a la hora del evento, se me acercó una mujer. "Soy la prima de Txetxu", me dijo. "Como no puede venir, me ha dado el libro para ver si se lo puedes firmar". Aquella frase me estremeció, como la que dijo con toda naturalidad, tres meses antes, al terminar la comida en la que nos juntamos un grupo de periodistas canallas, todos ya con muchos espolones, y en la que las anécdotas se disparaban como balas de una ametralladora: "No sé si podré estar en la próxima", y a todos se nos hizo un nudo en la garganta.

Y es que han sido muchos años cerca de Jose. Me acostumbré a decir su nombre de pila porque su ama le llamaba así cada vez que telefoneaba a su casa, tantas veces, y se ponía ella al aparato. No sé cuándo le conocí exactamente, pero fue en la facultad de Periodismo, en Leioa, o tal vez en el bar de la Universidad, o en el Baserri, ese antro extramuros que aún pervive tantos años después y en el que veíamos películas en vídeo de Rambo cuando nos aburría la retórica de Restituto Zorrilla, aquel cura que enseñaba Semiótica y decía ojebto en vez de objeto. Nos hicimos muy amigos, casi inseparables junto a Eduardo García Palacios. Teníamos nuestra cuadrilla de toda la vida y la de la Uni, y a veces se juntaban las dos y lo pasábamos en grande. En ocasiones me contaba unas trolas enormes. Durante meses me tragué que había sido un chico rebelde y que su padre, marino (esto si es verdad), le había enrolado a la fuerza en un barco como grumete, y que había dado casi la vuelta al mundo. Nos hizo morir de envidia a todos los aspirantes a periodista cuando al comenzar segundo de carrera aseguró que se había pasado el verano trabajando en Deia. Era verdad, pero se descojonaba después cuando desveló la verdad completa: se dedicaba a embuchar suplementos en la rotativa.

Soñamos juntos. Nos enteramos de que en Portugalete había una emisora pirata que se llamaba JMC Radio y allí nos fuimos con una grabación en casette para ofrecer nuestra inexperiencia y montar unos servicios informativos. José Mari Castejón, el dueño, nos contrató inmediatamente. Lo de contratar es un decir, porque trabajábamos gratis. Nos dio una mesa, un micrófono y media hora de programa. El primer día, a pocos metros de la emisora, ETA mató a un ex militar, era nuestra primera noticia. Nos colamos en el piso del testigo que lo había visto todo, lo entrevistamos. Fue una primicia. Nos fuimos animando. Poco a poco empezamos también a meter deportes, y a retransmitir partidos de fútbol y de baloncesto. Seguíamos al Sestao, estuvimos en su ascenso a Segunda División con Irureta.

Pero lo mejor era lo bien que lo pasábamos a todas horas. Incluso cuando cambiaba la hora. En marzo de 1984, Txetxu, Juan Ángel Marugán y yo decidimos viajar con el Athletic a Valladolid, un partido crucial para el título de Liga. Nos apuntamos a un autobús de los muchos que viajaron a Pucela aquel día 25. "Txetxu, recuerda que esta noche cambia la hora", le dijimos. "Es a la nueve, es decir, a las ocho si fuera hoy". Nos dijo que sí, que se acordaba, que no le diéramos la pelmada. Pero no se acordó. El autobús quería salir, tuvimos que llamarle desde una cabina. Vino sin ducharse, sin desayunar, consiguió llegar. El Athletic empató a cero. Otra cosa fue lo de Valencia. Allí era ganar sí o sí, pero nosotros estábamos en Marbella, como los ricos, pasando la Semana Santa con Eduardo. A la hora del partido, Txetxu y yo nos metimos en su Talbot azul celeste para escuchar el Carrusel. Nos comíamos las uñas. Marcó Dani pero empató García Pitarch. Txetxu abrió la puerta y se marchó. "No aguanto más, me voy, te espero en el puerto deportivo". Poco más tarde Txema Noriega consiguió el 2-1, Me fui dando botes a buscarle. No se lo creía, gritábamos, nos volvimos locos. Pero ligar, ligamos poco. "No vuelvo a Marbella en la vida". Fue una frase de Txetxu que se la he recordado durante años.

Andábamos muy viajeros. Dos semanas después nos fuimos a Madrid, a la final de Copa. Viajamos en tren, con su primo y dos amigas, toda la noche al traqueteo hasta llegar a Chamartin a primera hora de la mañana. Nos bebimos toda la cerveza de la Plaza Mayor y cuando llegamos al Bernabéu no cabía un alfiler. Txetxu se quiso marchar, pero un grupo de bermeanos le llamó desde una tribuna. Allí lo metieron para ver el partido. Si a la ida no pudimos dormir por los nervios, a la vuelta no lo hicimos porque no nos dio la gana.

Y sí, Txetxu sí volvió a Marbella. Eduardo estaba trabajando en La Tribuna, me ofreció ir. Insensato de mí, acepté. Unos meses más tarde el director, Rafael de Loma, quería más vascos en su redacción. Le caíamos bien. Llamamos a Txetxu. Compartimos una habitación en un hostal durante algunas semanas y después alquilamos un apartamento en primera línea de playa. Era salir del portal y pisar la playa de la Fontanilla, pero no se crean: medía veinte metros cuadrados, la cocina estaba en un armario y las camas una sobre otra. Sorteamos y a Txetxu le tocó la de abajo. Cumplíamos un ritual: cada vez que cobrábamos, que era mucho decir, nos íbamos a comer a uno de los mejores restaurantes de Marbella, pero a veces para cobrar teníamos que esperar al director de distribución que venía con la recaudación de la venta en los kioskos. Cuando yo me marché a la mili la cosa, me contaba Txetxu, empeoró. Comían espaguetti todos los días, solo eso, y se habían acabado las visitas al Flash, el bar del puerto en el que atendía Carmen, una bilbaina guapísima que había cambiado Begoñalde por la Milla de Oro. No tenían dinero ni para una cerveza.

Luego las cosas le empezaron a ir mejor, en el Marca, en Radio Euskadi y en Euskal Telebista. Ya no volvimos a trabajar juntos hasta los últimos tiempos, cuando conducía la tertulia televisiva de Bilbovisión y me llevaba de invitado, pero nos veíamos de vez en cuando. Vino a mi boda y después estuve yo en la suya, que celebró en Eneperi, ese lugar mítico para la gente de Bakio. Fue el gran acierto en la vida de Txetxu, porque su mujer, María Jesús, ha sido su gran apoyo en la salud y en la enfermedad, todos los días de su vida, y no es una frase hecha. Se hizo muy popular, pero siguió siendo el mismo de siempre. En la tele no fingía. Mi ama, cuando le veía, decía que le daba vergüenza porque era igual tras las cámaras que al natural, y tenía toda la razón. No cambió nada, ni dejó su pasión por el periodismo, esa que le obligó a coger vacaciones cuando publicó las fechorías de un clan que atemorizaba Marbella y cuyos miembros acudieron en tropel a buscarle a la sede del periódico. Menos mal que no estaba.

Hace año y medio estaba yo en Barcelonette, final de etapa del Tour, el lugar en el que se estrelló el avión de Germanwings. Recibí la llamada de un compañero. Me dijo que Txetxu estaba mal, tenía cáncer. Se sintió indispuesto en una carrera popular, fue el médico y el diagnóstico resultó demoledor. La crónica de aquel día la escribí como pude. Desde entonces he sabido de su pelea diaria por salir, de su entereza ante un destino que parecía inexorable; sus paseos cerca del mar, esa pasión que nunca escondió. Comimos al final del verano, seguimos en contacto a través del teléfono y a principios de diciembre me mandó su Sampaoli, todavía optimista, alegre. Ayer me despertó un mensaje de Joserra Cirada. "Se ha muerto Txetxu". No pude evitar la congoja. Es una putada. He leído miles de mensajes en los que le recordaban con cariño. En muchos de ellos hablaban de un gran periodista, uno de los mejores comunicadores de este país. Y lo era. Sin embargo, durante muchos años tuvo que vagar por la incertidumbre de no encontrar trabajo. Eso también le dolió mucho. No tanto como la enfermedad, pero mucho. Le quedaron, eso sí, su mujer, sus tres hijos, su familia y los amigos. Yo era uno de ellos, presumo de haberlo sido y ahora lloro que ya no esté.


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