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TOUR DE FRANCIA 2017 A tres días del comienzo 

LA HISTORIA

Federico Martíín Bahamontes, con el maillot de líder en el Tour.

TOUR DE FRANCE

Bahamontes, el tremendista

Algunas de las grandes gestas y las sonoras escapadas de un campeón irrepetible

Alejandro Federico Martín Bahamontes sueña a veces con el ocho y el uno. El 18, el 81. Un 18 de julio de los años cuarenta disputó su primera carrera. Salía de trabajar del mercado de Toledo y se encontró con unos amigos. «¿Dónde váis?». «A la carrera de Educación y Descanso». «¿Me dejarán apuntarme?». «Claro». Y fue, se apuntó, le dieron una camiseta de baloncesto y un pantalón corto, se agenció un plátano, «del que me comí hasta la cáscara», y ganó su primera carrera. Sin cambios en la bicicleta.

 

Volvió a casa y se comió los platos de su padre y de su tío. «El hambre de la guerra». En 1959, otro 18 de julio, la pomposa fiesta del Alzamiento Nacional, culminó su sueño en el antiguo velódromo del Parque de los Príncipes. Ese día ganó el Tour. Era el primer español que vestía de amarillo en París. Español del subdesarrollo, del hambre. «Hacía estraperlo. De harina, de legumbres. Me metí a trabajar en el mercado porque así podía pillar algo para comer». Tubulares a la espalda, carreteras de tierra. «Ese año Anglade y yo estábamos mucho mejor que los franceses; que Bobet, que Anquetil, aunque dijeran que gané porque se pegaban entre ellos».

 

El helado de vainilla de La Romeyere, que le lanzó a la fama; el recatado beso a Fermina en el podio. Bahamontes fue tremendista. Había que serlo para destacar. Daba espantadas inesperadas. Cuando abandonó el ciclismo, en el Tour de 1965, atacó en el Aspin, y se escondió entre unos arbustos. El pelotón se volvió loco en la persecución de un ciclista que ya no estaba. Ese mes de julio el Tour llegaba a Barcelona, y ganó Pérez Francés. Bahamontes llevaba a la espalda el dorsal 81. Justo el día en el que el Águila de Toledo, o el Lechuga, cumplió 81 años, regresó a la capital catalana para ver otra vez pasar el Tour.

 

Sus ausencias se publicitaron tanto como sus presencias. En Dunquerke, salida del Tour de 2001, una gran foto de Bahamontes presidía la exposición de recuerdos de la carrera. Se le veía vestido de traje y corbata, con su maleta de cartón y la bicicleta, en el andén de la estación de la ciudad francesa. El día anterior había abandonado. «Luis Puig me puso una inyección de calcio y con el dolor no podía agarrar el manillar», se justificaba más de 50 años después. Se bajó de la bicicleta y se tumbó, en posición fetal, sobre el mantel a cuadros de una familia que hacía picnic. Llegó Goddet, el director del Tour:

 

–Sigue, Federico.

 

– No.

 

Apareció su fiel gregario, Carmelo Morales, que le intentaba levantar.

 

–Venga, Fede, por el equipo.

 

– No.

 

– Por Fermina.

 

– No.

 

– Por España.

 

– No.

 

– Por Franco.

 

– No.

Dos años después ganó el Tour. «En Francia me respetaban mucho. Que para eso hice 10 podios. Allí quieren a los suyos, pero también a los que hemos ido allí a trabajar, y eso que los españoles éramos entonces como ahora son aquí los africanos. Entre España y el resto de Europa había muchísima diferencia». Pese a las dificultades en España salían ciclistas, «que de mi época era Timoner, que corría en pista, y Poblet, y otros más».

 

Y vuelve al tema recurrente, el del hambre. «Me acuerdo de una Vuelta a Ávila. El avituallamiento no existía. Auxilio Social hizo una paella y allí estábamos los ciclistas, vaciando los bidones de agua y llenándolos de arroz. Hacía calor, pero teníamos más hambre que sed». Rememora su Tour, el de 1959, pero se va más atrás, «al de 1954, porque ese año gané la montaña. Me recibieron en Toledo como a un Rey».

 

Pero en el 59 se armó la mundial. «Me tuvieron tres días en Madrid mientras se preparaba el recibimiento. Llegué tres meses después del Tour porque en aquella época donde se ganaba dinero era en los critériums. A 25.000 pesetas cada carrera». Toledo lo recibió como a un semidiós. «Fue impresionante. Nunca se me olvidará».

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