top of page

GIRO DE ITALIA 2017 13ª etapa: REGGIO EMILIA-TORTONA 167 KMS. 

Fernando Gaviria firma en el control antes de la salida de la etapa en Reggio Emilia.

GIRO DE ITALIA

Los cálculos de Fernando Gaviria

El colombiano consigue su cuarto triunfo con un "sprint" increible, colándose junto a la valla

CLASIFICACIÓN DE LA ETAPA

 

1. Fernando Gaviria (COL) 3h:47:45

.2. Sam Bennett (IRL) m.t

.3. Jasper Stuyven (BEL) m.t

.4. Roberto Ferrari (ITA) m.t

.5. Ryan Gibbons (RSA) m.t

.6. Rüdiger Selig (ALE) m.t

.7. Sacha Modolo (ITA) m.t

.8. Caleb Ewan (AUS) m.t

.9. André Greipel (ALE) m.t

10. Viach. Kuznetsov (Rus) m.t

CLASIFICACIÓN GENERAL

 1. Tom Dumoulin (HOL) 56h.28:53

.2. Nairo Quintana (COL) a 2:23

.3. Bauke Mollema (HOL) a 2:38

.4. Thibaut Pinot (FRA) a 2:40

.5. Vincenzo Nibali (ITA) a 2:47

.6. Andrey Amador (CRC) a 3:05

.7. Bob Jungels (LUX) a 3:56

.8. Tanel Kangert (EST) a 3:59

.9. Domenico Pozzovivo (ITA) a 4:05

10. Ilnur Zakarin (RUS) a 4:17'

El sprint de la etapa piamontesa con final en Tortona reafirma mis tesis: el Giro es una carrera muy divertida, en la que siempre pasa algo, salvo en las contrarrelojes, claro. La victoria de Fernando Gaviria, remontando desde muy atrás en los últimos metros para conseguir su cuarto triunfo de etapa reivindica esta visión que siempre he tenido de la carrera rosa. Pasan cosas en la carrera y en lo que la rodea. Se lo explico en unas pinceladas.

 

En el Giro de 1994 vi en el ayuntamiento de Kranj, a un periodista pedirle un café al presidente de la entonces recién fundada República de Eslovenia, al confundirlo con un camarero porque iba vestido de chaqué. Creo que Milan Kucan no se ha recuperado aún de aquello.

 

Ese mismo año participé con un grupo de colegas en la elaboración de una tortilla de patatas en las cocinas de un lujoso hotel italiano después de que el maitre nos retara por criticar la que ellos tenían en el menú. Nos quedó de estrella Michelín. Unos días después me quedé atrapado en el Stelvio, sin poder subir ni bajar, porque un policía obtuso quiso aplicar con rigor la instrucción que le habían dado de que por aquella carretera no pasaba nadie.

 

Lo malo es que mi coche formaba parte de una larga fila de vehículos acreditados que debía circular sí o sí por allí, entre otras cosas, porque a menos de 15 kilómetros la etapa empujaba por detrás. Menos mal que apareció por ese paraje, un motorista con galones, y algunas luces, que le vino a decir algo así como "¡Idiota!, los que no pueden pasar son los vehículos particulares", o como se diga en italiano, a voz en grito y con la cara enrojecida.

En ese Giro de 1994 coincidí en mi hotel de Milán con el Dalai Lama.

Un año más tarde vi en Lenzerheide Valbella como una periodista le daba un mordisco en el brazo a un policía suizo que no le dejaba aparcar donde ella quería, y en Briançon, a un periodista suizo que le hubiera arrancado la cabeza a mordiscos al director del Giro después de que su coche quedara sepultado por un alud de nieve en el Agnello. Nadie le avisó de que la etapa había sido recortada y que no debía pasar por allí. Le tuvo que salvar un grupo de rescate de montaña. Del susto, esa tarde agarró una borrachera espectacular.

En 1999, antes de que se desatara la tormenta por la exclusión de Marco Pantani en Madonna di Campiglio por sus valores altos de hematocrito, charlé unas cuantas tardes con David Etxebarria, que no corría el Giro, pero al que llevó Manolo Saiz a entrenarse fuera de carrera después de que hubiera roto con su novia de entonces unas semanas antes. Mes y medio después ganó dos etapas del Tour y en una de ellas le regalaron una vaca.

El infausto día de la expulsión de Pantani, apenas media hora antes de que se difundiera la noticia, me crucé con José Miguel Echavarri, que miró al cielo azul y luminoso y soltó una de sus frases crípticas: "Parece que viene tormenta". Me puse alerta, porque nunca daba puntada sin hilo. Hubo tormenta, sí, aunque siguió luciendo el sol en todo su esplendor.

En el Giro de 2008, reclutado de urgencia para viajar a Italia cuando Contador se puso a un paso de la maglia rosa, tomé un vuelo que llegó a Milán por la mañana y de allí un coche camino de Alpe di Pampeago, final de etapa de ese día. Sin acreditación, sin hoteles, sin nada. Llegué a pie de puerto y me paró la Policía: "¿Dónde va?, está cerrado". Soy periodista, les dije, vengo a acreditarme". Me creyeron. Pude llegar a la meta sin contratiempos.

Unos días después, en Aprica, una pareja de Carabinieri me paró en un control. Me pidieron todos los papeles, revisaron el coche. Al día siguiente, allí mismo, la misma pareja me volvió a parar, me pidieron todos los papeles, revisaron el coche. Un día más tarde la misma pareja me volvió a parar. Me reconocieron, nos dio la risa a los tres, me dejaron seguir.

Son sólo algunas pinceladas de lo que se puede encontrar cualquiera en el Giro. Por esas y otras decenas de anécdotas y sucedidos, siempre he pensado que es una carrera muy divertida, y más aún en los tiempos en los que se podía tomar un café en el Ritrovo di Partenza junto a Miguel Indurain, o mirando de reojo a Eugeni Berzin, que ahora, con los autobuses de los equipos es más difícil.

Es divertida incluso cuando el pelotón circula tranquilo, sabiendo que el destino de la etapa en la llegada al sprint. Siempre se puede esperar que suceda algo, aunque te atiborres a café en la Sala Stampa para no quedarte dormido sobre el teclado del ordenador, que a veces ha pasado. Y pasa.

Basta con observar a cámara lenta el sprint de Fernando Gaviria, el colombiano veloz que está revolucionando las etapas llanas del Giro y ya suma cuatro. Vean como el pelotón se parte un tanto en los últimos metros, cuando según los datos en vivo que facilita la web, los hombres que se juegan la etapa circulan a más de 53 kilómetros por hora, superan las 160 pulsaciones por minuto y desarrollan 500 watios de potencia.

 

Gaviria se queda cortado. Su lanzador, el argentino Richeze, va demasiado delante, demasiado pegado a la valla por la derecha, pero el colombiano, pedalada brutal, a 70 revoluciones por minuto, y ya a 58,8 kilómetros por hora, ha hecho a velocidad de ordenador, los cálculos pertinentes, remonta y se cuela entre su compañero –a punto de caer mientras defiende la posición–, y la valla, para ganar con esa elegancia innata, propia de un campeón de sólo 22 años, que tiene todavía muchas batallas por delante.

¿Ven por qué el Giro me parece tan divertido? No sólo es pedirle un café al presidente de Eslovenia, reírte con el guardia que te para tres veces en tres días o colarte sin acreditación en la carretera cortada de Alpe di Pampeago. También es el detalle de cada etapa. Amore Infinito

bottom of page