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Calle Melancolía


A veces el Athletic se va y cuando regresa, el partido ha cogido el autobús con destino incierto. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía, y en la escalera me siento a silbar mi melodía, dice la letra de Calle Melancolía, la canción de Joaquín Sabina. Al equipo de rojiblanco le pasó en el estadio de la Cerámica, como otras muchas veces. Después de mucho bregar en la primera parte, que acabó con un cabezazo de Aduriz que golpeó en el larguero y que pudo ser el 1-2, comenzó la segunda como si no hubiera salido aún al campo, y en un contragolpe que pilló a la defensa adelantada y a los pivotes descoyuntados, Bakambu empezó a escribir la crónica de una derrota rojiblanca.

Llega en el peor momento, porque aunque no es definitiva, puntuar en campo del Villarreal hubiera sido fundamental para cimentar las aspiraciones europeas del Athletic, que por momentos jugó bien y en los últimos minutos sometió a un indisimulado acoso la portería de Andrés Fernández. Pero fue un partido irregular, con picos y valles, momentos oscuros y otros más brillantes, pero que no rentaron lo suficiente en un campo difícil de descifrar, porque aunque las medidas van a misa, y el rectángulo de juego es exactamente igual que el de San Mamés, la estrechez de las bandas da otra impresión y a veces parece que los futbolistas se despliegan dentro de una caja de cerillas. Es difícil, sí, desentrañar los misterios de ese campo que antes se llamaba Madrigal, porque después de sentir esa sensación claustrofóbica, cuando los amarillos se despliegan, parece que sobra espacio por todas partes.

Esa sensación que produce la transmisión televisiva, pareció extenderse a los futbolistas del Athletic, que durante algunos minutos se sintieron encajonados por la presión del Villarreal. En una de esas acciones, con el equipo de Valverde metido en su área, una triangulación local acabó con el disparo de Castillejo que Yeray estuvo a punto de convertir en un obús en propia puerta, pero el disparo lo rechazó el poste y Víctor Ruiz aprovechó el rechace para poner el primer gol en el marcador.

La respuesta del Athletic fue rápida. Sólo tres minutos después, Laporte, con la pierna derecha, que habitualmente le sirve para apoyarse, aprovechó el despiste de la defensa local que le había dejado solo al borde del área pequeña. Fue un empate que igualó el partido no sólo en el marcador sino en el juego. Con un desarrollo áspero, los dos equipos atemperaron sus ansias atacantes. Sólo el remate de Aduriz al larguero, a centro de De Marcos, agitó el primer tiempo en sus últimos compases.

Y en el segundo, la historia cambió de repente con el gol de Bakambu, y el despiste defensivo se alargó hasta diez minutos después, cuando Adrián remató de cabeza a bocajarro, una pelota que se paseó entre delanteros y defensas tras el saque de una falta que se inventó Soldado ante Raúl García. Con el 3-1 era mucho remar, aunque el Athletic lo intentó por todos los medios. Movió bien el balón hasta encallarse al borde del área. Ni siquiera la expulsión de Víctor Ruiz, muy protestada aunque justa después de una patada a Williams a la altura de la rodilla, sirvió para que los rojiblancos tuvieran más opciones, entre otras cosas porque Aduriz anduvo peleado con el larguero, y todavía con tiempo para pensar en otras cosas, volvió a estrellar otro remate en el palo transversal.

Fue una lástima porque el Athletic no fue peor que el Villarreal y ahora se aleja cuatro puntos de la quinta plaza en este final de Liga en el que cualquier resultado positivo es un tesoro. Como en la canción de Sabina, el Athletic quiere mudarse al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intentó en Villarreal había salido ya el tranvía. Sin embargo no queda tiempo para sentarse a silbar ninguna melodía. Espera el siguiente partido.


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