TOUR DE FRANCIA 2017 A ocho días del comienzo
LA HISTORIA
René Vietto durante la contrarreloj entre Dóle y Dijon en el Tour de 1939.
BNF GALLICA
René Vietto, el ejemplo de gregario
Se sacrificó por su jefe de filas Magne y dio la vuelta para darle su bicicleta en 1934
Lance Armstrong, el ciclista que nunca existió, acostumbraba a representar cada último día del Tour una pequeña función privada con sus compañeros de equipo. Les iba llamando uno a uno en la cena de celebración. Les entregaba un sobre con un cheque. Muchos ceros, según quienes lo recibieron alguna vez. Era el agradecimiento del jefe a sus fieles acompañantes en la ruta. Es lo habitual.
En medio de la lluvia, en la Vuelta a España, dos ciclistas vestidos de azul, Caruso y Vicioso, aguardaban a otro que aspiraba a vestirse de amarillo, Roberto Heras. Al pie del puerto de la Colladella, temblando de frío, mojados. Esperaban para llevarle hacia lo alto del podio. Roberto lo agradeció públicamente ese día, y al siguiente. Sin embargo, cuando se habla de espíritu de equipo, de abnegación por el líder, el nombre propio es francés: René Vietto.
Natural de Cannes, el joven ciclista, apenas 20 años, se presenta en el equipo de Francia para escoltar a Antonie Magne, el gran favorito para vencer en el Tour de 1934. En la segunda etapa, Tonin ya es líder, pero en los Alpes, Vietto se revela como un gran escalador. Le Roi -el rey- René empiezan a llamarle los aficionados. Se destapa en la jornada entre Aix les Bains y Grenoble, de 229 kilómetros, el 10 de julio.
El mismo día en el que aparece en el panorama del Tour un escalador vizcaíno, Federico Ezquerra. Se asciende el techo del Tour, el Galibier, después de pasar por el Telegraphe. Ezquerra y Vietto suben juntos. El vasco, sin embargo, tiene más fuerzas. Distancia en un minuto a su rival francés en la primera ascensión; en 55 segundos en el techo de la grande boucle. Pero Vietto baja mejor. Le alcanza las dos veces, deja atrás a Ezquerra y gana la etapa. Al día siguiente, la banda militar que ameniza la salida en Grenoble hace sonar un pasodoble en honor al ciclista vizcaíno. Pero la prueba para Vietto llegaría unos días más tarde, en los Pirineos. Allí demuestra su valor. Su abnegación.
Magne sigue líder desde la segunda etapa, con la amenaza de Martano, al acecho. En el camino a Aix Les Thermes, el rey René bate a Ezquerra en el Puymorens, pero en el descenso en fila india, Magne pierde el control de su bicicleta y rompe una rueda. El jefe pide una bicicleta, Vietto le ofrece su rueda. No entra en la horquilla del líder. Speicher llega y le cambia la máquina. René se queda, llorando a esperar el camión de las asistencias. Pierde más de cuatro minutos en la meta. Pero aún hay más. Al día siguiente, en el Portet d´Aspet, en el que años después fallecería Casartelli, Vietto pasa en cabeza, pero ralentiza su marcha para esperar a Magne, que cuenta así su odisea: «Demarró Martano, salí yo a por él y se me bloqueó la rueda. La cadena se enrolló en el pedal. No podía repararla. Estaba desesperado. Mis compañeros estaban delante». Pero entonces aparece René Vietto. Un motorista se acerca al él y le cuenta lo sucedido. Da media vuelta y asciende los doscientos metros hasta donde está su líder para entregarle su bicicleta. El prometedor Vietto nunca pudo ganar el Tour.
Al menos tuvo una pequeña recompensa en la Vuelta a España unos años más tarde. Fue en 1942. En la etapa Pirelli. Se llamaba así, claro está, por el patrocinio de la empresa de los acreditados neumáticos, como decían los periódicos de la época. En aquellos tiempos no se hacían demasiadas concesiones. La etapa salió de la capital guipuzcoana a las seis y media de la mañana.
A eso de las nueve llegó a Eibar. Tenían los ciclistas un cuarto de hora de descanso. Vietto dedicó el tiempo a intentar reparar su bicicleta, que fallaba desde la salida. Partió tarde, aunque consiguió alcanzar a los veinte ciclistas que iban por delante. Pero tuvo que parar de nuevo. Otra vez le fallaba la máquina. Se desesperaba, arrojó la bici a la vía del tren y estuvo a punto de abandonar. Pero se calmó, reparó la avería y regresó a la carrera. Iba solo, último, desesperanzado. Sin embargo, en el cruce de Ibarruri ocurrió el milagro. Una flecha mal colocada despistó al pelotón, que se fue por otro camino.
Vietto, avisado, cogió la ruta verdadera. Voló mientras el grupo, un par de kilómetros después del cruce, se daba cuenta del error. En Bermeo pasó primero y ascendió Sollube. En la cima, más de tres minutos al segundo. En la Gran Vía bilbaina le esperaba una multitud que presidía el gobernador militar, General Lóriga, el alcalde, el jefe provincial de las milicias y el cónsul de Italia y «dos bellas camaradas de Auxilio Social» que le entregaron el ramo de flores que compartió con el líder Berrendero. Ese mismo día, el general Rommel inició su segunda ofensiva en El Alamein y los periódicos publicaron un aviso con motivo de un discurso de Franco: «Todos los trabajadores deberán escuchar la voz del Jefe del Estado». Qué tiempos.