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TOUR DE FRANCIA 2017 La carrera en marcha

LA HISTORIA

Miguel Indurain por delante de Johan Bruyneel, camino de Lieja en el Tour de 1995.

LE TOUR

Indurain incendia Lieja

En la edición de 1995 dio un golpe de mano que puso el Tour patas arriba

Lieja es una ciudad que evoca grandes recuerdos para todos los amantes del ciclismo. Allí, en un enclave industrial de feo paisaje, fachadas deterioradas y autopistas descuidadas, se han escrito páginas gloriosas en la Lieja-Bastogne-Lieja, o muy cerca, en el Muro de Huy en la Flecha Valona. Pero hay un lugar de culto a muy pocos kilómetros de la ciudad, que veneran todos los que recuerdan con delectación el quinquenio glorioso en el que reinó Miguel Indurain. Se toma la carretera en dirección a Spa y el circuito automovilístico de Francochamps, y diez kilómetros antes de alcanzar la decadente urbe que incluye entre sus más emblemáticos edificios un Casino de juego, se llega a un pequeño pueblo: Theux.

 

Nadie se ha ocupado nunca de poner un ramo de flores en recuerdo de lo que sucedió aquel 8 de julio de 1995, pero la efeméride lo merecería. Por aquellos días, se disputaba el Tour, por supuesto. Indurain llegaba a la ronda francesa un tanto tocado por su derrota en el Giro de Italia, aunque después había conseguido vencer en el Dauphiné Libéré. Partía como favorito... pero menos, por las dudas que sembró en la carrera italiana.

 

No era aquel, desde luego, su día. Se esperaba que en una etapa que reproducía casi exactamente –aunque no se llegaba a Ans–, la Lieja-Bastogne-Lieja, no sucediera nada relevante. Al día siguiente se disputaba la primera contrarreloj larga, de 46 kilómetros, entre Huy y Seraing y eso eran ya palabras mayores. Bjarne Riis era el líder provisional del Tour y Jalabert, por las bonificaciones, había conseguido serlo de forma virtual cuando faltaban 25 kilómetros para la meta.

 

Entonces la carrera pasó por Theux, por el Mont Theux y sucedió lo inesperado. Indurain les había pedido a sus compañeros que aceleraran el ritmo. En concreto, le comentó a Ramón González Arrieta, que pusiera una marcha exigente. Cuando el vizcaíno estaba en ello, atacó Johan Bruyneel, que les sacó unos metros, para alcanzar a un grupo de escapados que iban delante, con unos metros de ventaja. Poco después aceleró Indurain, sin dar un hachazo seco. Simplemente se limitó a poner el ritmo endiablado que utilizaba en la montaña.Una cadencia imposible con un desarrollo imposible. Nadie pudo seguirlo. Berzin intentó reaccionar, pero se quedó en el intento; Laurent Jalabert se empeñó en seguir la estela del navarro, pero el esfuerzo le agotó.

 

Coronó el repecho junto a Bruyneel y siguió hacia adelante, sin echar la vista atras. «Llevaba un ritmo endiablado. ¿Que por qué no le daba relevos?, porque no podía. Bastante hacía con seguirle», evoca el belga Johan Bruyneel, que en aquellos tiempos defendía los colores de la ONCE. Desde el alto hasta la meta, Indurain disputó una contrarreloj de 25 kilómetros, con un día de adelanto. La carrera llevaba hasta el centro de la ciudad. En el sprint, como es lógico, se impuso Bruyneel, que tuvo mucho menos trabajo de Indurain durante los últimos kilómetros. El pelotón llegó cincuenta segundos después. Al día siguiente, en la contrarreloj, Indurain se vistió de amarillo.Y ya no abandonaría ese color hasta París.

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