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TOUR DE FRANCIA 2017 A menos de un mes del comienzo 

CRÓNICAS

DE TRES

​DÉCADAS

Hushovd celebra su victoria en la meta de Quimper en el Tour de 2004.

TOUR DE FRANCE

Victoria en la Costa da Morte

2004, Octava etapa 10 de julio LAMBALLE/QUIMPER. Ganador: Thor Hushovd

Jaime, el mecánico del coche Mavic, ese vehículo amarillo que acompaña a los ciclistas cuando los jueces no permiten hacerlo a los directores, se asoma por la puerta de su Renault Laguna y olfatea el ambiente. Huele a excrementos de caballo, porque el Village está instalado junto a unas caballerizas y los percherones han estado desfilando unos minutos antes. Huele también a humedad, a lluvia. En Saint Malo, unas horas antes, los truenos de una tormenta espectacular han sacado de la cama a media ciudad. «Siempre que estamos aquí me acuerdo de mi tierra, de la Costa da Morte». Jaime es gallego y el Tour está en la Bretaña, justo en la región del Finistére, como la Fisterra coruñesa.

 

No para de llover en la Costa da Morte francesa, vaya veranito. Los hoteles están llenos de turistas que pasean con el chubasquero puesto, a temperaturas de comienzos de la primavera. Las secadoras de los autobuses de los equipos no paran de trabajar. Es un fastidio, para los auxiliares y para los ciclistas. Llegan helados a la meta, con ganas de calentarse en la ducha, de irse a la cama, de olvidar las caídas que han visto en la etapa, o las que han protagonizado.

 

Buscan desesperadamente llegar tranquilos a la meta. Las últimas rotondas de cada jornada son un calvario. Los frenos clavados, desciende la velocidad al mínimo en la curva, lo indispensable para no pararse, y toca arrancar otra vez. Cualquier precaución es poca.

 

Resoplan los ciclistas que abren la carrera, se quitan el agua de la cara. Sólo uno, George Hincapie, parece disfrutar del espectáculo. Con la visera de la gorra asomando bajo el casco, al estilo de las clásicas del norte, se coloca las gafas de sol y se pone delante de Armstrong. Tira y tira. Hace su trabajo. Casi lo empezó a hacer a los 16 años, cuando conoció a Lance, dos mayor que él, en la concentración del equipo juvenil estadounidense. «No tenía cultura ciclista, pero era una máquina», dice de su jefe.

 

El también se ha convertido en otra máquina. Por las llanuras belgas, por el pavés de Roubaix o por los bosques ondulados de la Costa da Morte francesa, en los que Obélix cazaba sus jabalíes. Bajo la lluvia o el granizo.

 

Parece que disfruta aunque no lo deja ni siquiera entrever con su mirada seria, su gesto adusto. Es un tipo duro George. Nadie diría que es de Nueva York. Da la sensación de que hubiera conocido a Armstrong en la barra de un saloon del Texas de hace siglo y medio. Un tipo duro. Un hombre Tour de los que no se arrugan. Se limita a hacer su trabajo. Deja el oropel para los demás. Lo único que ambiciona en el ciclismo es ganar la París-Roubaix, que se le resiste.

 

Por lo demás, el protagonismo no le seduce como a otros, como a Thor Hushovd. «La gano yo, la gano yo», decía con sus gestos a unos metros de la llegada. El campeón de Noruega arrancó como una moto de gran cilindrada para superar al campeón de Luxemburgo, Kim Kirchen, todavía hay clases. Tercero fue un ex campeón de Alemania, Erik Zabel, que sobrevive en la clasificación de la UCI a base de segundos y terceros puestos, y cuarto, otro ex campeón, pero de Australia, Robbie McEwen.

 

Jaime, el gallego del Mavic, mira al cielo y se acuerda de la Costa da Morte. Los ciclistas miran al cielo, ven la lluvia y se acuerdan de otras cosas, casi todas irreproducibles. Pero paciencia, que ya llegará el verano (eso esperan).

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