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Mucho mejor así


El otro día le leí en El Correo a mi amigo Jon Agiriano que afrontaba el derbi de Anoeta con buenas vibraciones, a pesar de que como impenitente seguidor del Athletic, suele acudir a cada partido de los rojiblancos, con una mezcla de prevención y pesimismo. A mí me sucede igual. Voy recitando para mí un mantra: "Es fácil, vamos a ganar", para acallar las voces interiores que me dicen lo contrario. Incluso, cuando se trata de San Mamés, cumplo un ritual inamovible; una superstición absurda, que además funciona sólo si el Athletic gana, por lo que cuando pierde lo tengo que atribuir a otros factores. Según entro al campo, cojo una de los programas del partido colocados en los expositores, y me lo llevo a mi asiento sin leer. Sólo miro la portada. Ni lo abro. En cuanto empieza el partido lo dejo debajo de la butaca y me olvido de él. Dirán que estoy como una cabra, pero desde que se inauguró el nuevo campo, el ritual funciona bastante bien, posiblemente mejor que cualquier embrujo de esos charlatanes televisivos que echan las cartas. Vean si no, el porcentaje de victorias en casa del Athletic de Valverde.

Pues eso. Como Agiriano soy pesimista antes de un partido, pero esta vez, no sé por qué, yo también pensaba que podía ser un gran día. Pese a que la Real está realizando una magnífica temporada, con un juego bastante más rico en matices que el del Athletic, había un no se qué en el ambiente que me invitaba a, optimismo. Tal vez un cierto aire de suficiencia, similar al que soplaba en Bilbao en vísperas de la eliminatoria de la Europa League ante el Apoel. En San Sebastián estaban convencidos de su superioridad y eso se suele transmitir a veces al vestuario, así que los jugadores donostiarras fueron los primeros en constatar, desde el inicio, que el Athletic no iba a ser un muñeco con el que jugar. Valverde tenía el partido muy estudiado, se lo sabía de memoria. Presionó con fuerza delante y provocó que Illarramendi y Zurutuza, que son los que menean el árbol txuriurdin, tuvieran que jugar siempre incómodos. Las dos mejores lanzaderas locales quedaron desactivadas.

Eso, claro está, no es suficiente. El Athletic tenía una deuda pendiente con el gol fuera de casa. En Sevilla, los rojiblancos fueron mejores pero no marcaron. En San Sebastián podía suceder lo mismo, y los peores presentimientos regresaron cuando en el minuto 16, Lekue le dejó un balón increíble a Raúl García, que se quedó solo ante Rulli. Su disparo lo rechazó el portero. Luego el Athletic reclamó dos penalties antes de que el árbitro pitara la zancadilla de Xabi Prieto, que amenaza con retirarse pese a que aún le queda cuerda, a Yeray. El disparo de Raúl entró con suspense, por debajo del cuerpo de Rulli.

El primer gafe ya estaba ahuyentado: el gol a domicilio llegó por fin; quedaba el segundo, el de ganar. La Real tuvo unos minutos de orgullo en los que apretó a ráfagas y mostró las uñas, pero ahí apareció el reparecido Kepa para solventar las dudas. Le hizo un paradón increíble a un remate de Juanmi, y arriesgó con valentía una salida como para decir que ahí estaba él, por si acaso. El guardameta rojiblanco puso las cosas en su sitio.

El Athletic tenía más la pelota, jugaba con más intensidad y provocaba acciones de peligro, como la que deshizo Illarramendi metiendo la mano a un balón que viajaba hacia Muniain, que se marchaba solo. La primera parte fue rojiblanca, sin ninguna duda.

Y la segunda también, pese al arranque brioso de la Real, que se desinfló cuando a los diez minutos, un error fatal de Odriozola le dejó el camino expedito a Iñaki Williams, tras el resbalón de Iñigo Martínez. Al primer toque, puso la pelota lejos de Rulli para ampliar las diferencias en el marcador. Pudieron llegar más: Williams, que completó un partido excelente, como Lekue o Beñat, mereció más en una jugada en el área de la Real, tras un caño y un regate. Aduriz, que salió en la segunda parte, protagonizó una jugada con toda la parsimonia del mundo, para sortear a Martínez, engañar a Rulli y lanzar con suavidad al palo. Después intentó una chilena que se le fue al centro.

La Real protestó por un gol anulado en el que el árbitro vio lo que casi nadie: falta de Raúl Navas en su salto con Bóveda, antes de rematar a la red. Podría haber sido el 1-2, sí, pero ni ese gol mereció el equipo de Eusebio, a merced todo el partido del Athletic, que mejoró bastante su imagen a domicilio. Mucho mejor así.


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