TOUR DE FRANCIA 2017 A cuatro días del comienzo
CRÓNICAS
DE TRES
DÉCADAS
Alejandro Valverde celebra su victoria en Peyragudes, en el Tour de 2012.
TOUR DE FRANCE
Nibali claudica, Valverde gana
2012, 17ª etapa 19 de julio BAGNERES DE LUCHON/PEYRAGUDES. Ganador: Alejandro Valverde
Entre la niebla y la lluvia de Menté, Luis Ocaña se despidió de un Tour que tenía ganado. Por su cabezonería, o por una desgracia -«déjalo Luis, no sigas, somos tres para ayudarte», le dijo Johnny Schleck cuando perseguía a Merckx en el descenso-. Pero no podía. «Te lo juro Jacques», le decía en el hospital a su amigo Anquetil. «No quería seguirlo, pero no tenía frenos». Resbaló con el barro, cayó, y cuando se levantaba le arrolló Joop Zoetemelk.
Treinta y nueve años después, allí también, entre la lluvia y la niebla de Menté, se acabó el Tour con la dimisión de Vicenzo Nibali, tras una conversación amigable con Alejandro Valverde, el ganador de la etapa, después de un ataque suicida, como el de Ocaña. Sólo el tiburón de Messina podía atacar desde tan lejos, pero habló con Valverde, recapacitó y esperó a Wiggins y su tren. Se metió en el vagón, como las ovejas camino del matadero. Nadie le esperaba en Peyragudes para cantar su victoria.
A Ocaña le aguardaban miles de seguidores españoles, los que cada día seguían la retransmisión de Eurovisión en blanco y negro, antes del corte televisivo de las 17.30 horas y esperaban la conexión de TVE con la RTF con el Te Deum de Charpentier, el himno europeo, mediante. Había miles en el Portillon, el paso desde Luchon –una ciudad que se quedó anclada en los años 40 y sus aguas termales–, hacia Viella, próspero centro del turismo de montaña. Mientras en Bagnères-de-Luchon los hoteles están cerrados o en evidente decadencia, en la parte española florece la hostelería. Justo al contrario que en los tiempos de Ocaña.
Los que fueron se quedaron con las ganas. Esta vez los españoles no. Muerta y enterrada, tal vez con un Te Deum como melodía fúnebre, la resistencia de Nibali, con un apretón de manos a Valverde, fue el murciano el que protagonizó otra hazaña más para su currículum. Fue una obra coral, que también pretendió el Euskaltel ante sus fieles seguidores vestidos de naranja que no tiran chinchetas ni clavos de tapicero por mucho que sospeche Evans, que para pinchar se las pinta solo.
Una tarea titánica la de Alejandro Valverde, secundada por Rui Costa y Rubén Plaza, fieles gregarios, que se sacrificaron por su líder, que empezó a olvidarse en los último kilómetros de la ascensión a Balés del «¡mierda de Tour!» que lanzó cuando las cosas no le iban nada bien y estuvo a un paso de marcharse a casa. Regresó el Valverde de las grandes ocasiones tras su vuelta al Tour y al ciclismo después de su sanción, el asunto que trató después de bordear en su conferencia de prensa, siempre respondiendo a preguntas en inglés sobre el asunto.
Tuvo que serlo, el de los buenos días, porque nunca dispuso del margen suficiente como para permitirse alegrías o tomarse un respiro. Pedaleó al límite siempre, con la determinación que se le adivinaba bajo su barba cerrada, de cuatro días, la del Valverde serio y concentrado en la carrera. Al durísimo puerto de Balés le quedaban cuatro kilómetros cuando el murciano se marchó, mientras por detrás aún daba la sensación de que Nibali quería armar una revolución, porque era su compañero Basso el que les marcaba el ritmo a los Sky.
Fue una vana ilusión que se desvaneció en el Peyresourde, camino de la meta, porque allí, definitivamente, claudicó el italiano, mientras Valverde apretaba los dientes al ver que su diferencia se iba diluyendo segundo a segundo. Aún así ganó, tal vez gracias a Wiggins, –«yo no soy un escalador»–, y a la fidelidad de Froome, –«somos un equipo y todos nos sacrificamos por el maillot amarillo»–. El segundo renunció a la gloria personal, seguramente sólo la victoria de etapa, en favor del objetivo colectivo, y se limitó a tirar de su líder, sin acelerar más de la cuenta, cuando los demás ya se habían rendido por el camino, entre ellos Haimar Zubeldia, abandonado por su equipo sin explicación posible, que perdió dos plazas en la general.
Fue el mejor escenario para que Valverde, entre la multitud, llegara a la meta 19 segundos antes que Chris Froome, Wiggings y el ilusionante ciclista francés Thibaut Pinot. Fue su tercera victoria en el Tour; la novena de su equipo desde la retirada de Miguel Indurain. Las lágrimas de Valverde en la llegada eran de alegría. Muy distintas a las de Ocaña hace 39 años.