TOUR DE FRANCIA 2017 A cuatro días del comienzo
LA HISTORIA
François Faber, en la cota de Picardie, durante el Tour de Francia de 1910.
BNF GALLICA
Tres campeones, tres héroes
Lapize, Faber y Petit-Breton ganaron el Tour y murieron en la I Guerra Mundial
El 26 de julio de 1914, más de 30.000 personas aclamaron al belga Philippe Thys en el Parque de los Príncipes de París. Después de 15 etapas y más de 5.000 kilómetros sobre la bicicleta, ganó el Tour con menos de dos minutos de ventaja sobre el ídolo francés Henri Pelissier. Una decisión de los comisarios después de una reparación irregular de la bicicleta pudo costarle cara. Le sancionaron con 30 minutos de penalización. Aún así, se vistió de amarillo en París. Pero la euforia de los 30.000 aficionados se extinguió muy rápido. Apenas una semana después, el Gobierno francés decretó la movilización general.
La I Guerra Mundial estaba en marcha. El patrón del Tour, Henri Desgrange, decidió colaborar con el esfuerzo patriótico. En un encendido editorial del diario L’Auto, llamó a la juventud francesa a combatir: "Mis queridos jóvenes, escúchenme. Nunca he dado un mal consejo, y no es posible que un francés pueda sucumbir delante de un alemán. Tenemos un gran partido que jugar. Cuando nuestro culo esté sobre su pecho nos pedirán perdón. Hemos ganado la primera ronda en Iena. La segunda se disputa en Sedán. Será hermosa...".
La Francia del Tour, a la que Desgrange pedía el esfuerzo bélico, fue el reflejo del resto de la Francia civil. En la contienda fallecieron 50 participantes de la carrera, que se había iniciado apenas 11 años antes, por la lunática proposicion del editor de periódicos, empeñado en quitarle tirada a su rival. Lo consiguió. Durante el Tour, L’Auto vendía 600.000 ejemplares, una cantidad desmesurada en relación a la población francesa, a las dificultades de distribución e incluso comparada con los tiempos actuales.
Por eso el llamamiento de Desgrange a la defensa de Francia tuvo un eco importante. El porcentaje de corredores del Tour muertos en acción fue similar a la del resto de la poblacion, en torno al 3,5%. Y entre esas víctimas varios campeones. En los campos de batalla murieron tres ganadores del Tour. Los tres pudieron eludir la responsabilidad de luchar, pero prefirieron alistarse. En Francia y en el ciclismo francés se les recuerda como héroes. A Octave Lapize, que murió con 29 años, un 14 de julio de 1917, el día de la conmemoración de la toma de la Bastilla, en un combate aéreo sobre los cielos de Verdún. Era sordo. Tuvo que hacer valer sus influencias, su fama de campeón, para alistarse en el ejército, después de haber sido declarado inútil.
Lapize, bajo de estatura, musculoso, capaz de ganar tres veces la París-Roubaix de preguerra, una de ellas superando a cuatro rivales después de una caída y con el manillar doblado, estaba rodeado por el silencio, pero la historia del Tour le recuerda por un grito que lanzó el 21 de julio de 1910, en la cima del Aubisque. "¡Sois unos asesinos!", vociferó al oído del comisario de la carrera que esperaba a los ciclistas. Era la primera vez que se abordaban los Pirineos.
Después del Peyresouirde se ascendía el Tourmalet y luego el Aubisque, en la ruta entre Luchon y Bayona, de 326 kilómetros, etapa que comenzó a las tres y media de la madrugada. Después de 14 horas de pedaleo, distanciado de Lafourcade que iba en cabeza, empujando a ratos la bicicleta para salvar los pedruscos del camino, junto a Garrigou, se acercó al juez y se desahogó. "La cara enérgica, el maxilar sólido, la mirada fija, el bigote en punta", así le definía el patrón del Tour, Desgrange, el hombre que años después animaría a la juventud francesa a defender a la patria.
Lapize se incorporó al ejército como instructor y piloto en 1915, y en 1917 fue trasladado al frente en Bar-Le-Duc, la ciudad que se une con Verdún a través de la única carretera francesa que no está numerada y se conoce por el nombre que recibió en la guerra, la Vía Sagrada. Estaba a las órdenes del teniente Pierre Weiss y el 28 de junio abatió un avión alemán en una de sus primeras acciones de combate. Tuvo que ser un 14 de julio cuando cayo derribado el sargento Lapize en los cielos de Flirey, en la región de Meurthe et Moselle, cerca de Verdún. Luchaba a 4.500 metros de altura, según los testigos.
Recibió en el cuerpo cinco impactos de bala y su avión decorado con el dibujo del gallo francés y un enorme 4, su dorsal en el Tour de 1910, chocó contra el suelo en Noviant-aux-Pees, a ocho kilómetros del frente. Lapize no oyó la ráfaga. Quedó herido de gravedad y murió unos días después en el hospital GAMA de Toul. Según la orden del día del 17 de julio, firmada por Petain, Lapize se enfrentó a dos aviones enemigos. Ese mismo día, Octave fue enterrado en un cementerio militar en presencia de su padre y de un compañero, Maurice Boyau, as de la aviación francesa y jugador internacional de rugby. Después, su familia solicitó el traslado del cuerpo a Villiers-sur-Marne, cerca de la casa familiar. Allí se le recuerda con un monolito y con el nombre del estadio local.
Uno de los grandes rivales de Lapize en la primera década del siglo XX fue François Faber, que no era francés, sino luxemburgués, y que para luchar en la Gran Guerra tuvo que alistarse en la Legión Extranjera: "Francia me lo ha dado todo, así que es normal que la defienda". Faber se consideraba un obrero de la bicicleta y había nacido en Francia, aunque su padre era de Luxemburgo. Adoptó esa nacionalidad para no perder dos años en la mili, pero cuando estalló la guerra cambió de opinión.
Estaba orgulloso de su clase social, de haber trabajado como estibador en el puerto de Courveboie, que fue donde por primera vez se montó en la bicicleta de un compañero, una experiencia que le gustó hasta el punto de comprarse una para comenzar a disputar carreras. Ni cuando llegó a campeón y ganó el Tour en 1909 renegó de su condición de trabajador de la bicicleta: "Los ciclistas somos deportistas y obreros. No nos contentamos con practicar el ciclismo por amor al deporte sino que éste es nuestro oficio, y lo uno no quita lo otro".
En 1913 fue invitado a dar una conferencia en el hotel Brosius de Luxemburgo, por petición del Gran Ducado y reivindicó la figura del ciclista como trabajador; abogó porque se le tratara como a una persona normal y arremetió contra los que se enriquecían con su esfuerzo. Su discurso no causó revuelo. Al contrario. Unos años más tarde, y por suscripción popular, se erigió una placa conmemorativa en recuerdo de aquel día en un parque de la capital luxemburguesa.
Faber era un fenómeno sobre la bicicleta y también un buen compañero de pelotón. Él era uno de los grandes, de quienes corrían apoyados por una marca comercial y un grupo de gregarios, pero nunca se olvidó de los isolés, los ciclistas que disputaban el Tour por su cuenta, sin ningún apoyo, y debían buscarse el sustento de cada día, el albergue donde dormir o el taller en el que arreglar su bicicleta averiada. Faber se paraba a menudo para socorrer a estos ciclistas; darles parte de su comida o su bebida, y se ofrecía a encontrarles un lugar para dormir. Y además ganaba.
Se había comprado su primera bicicleta, una Labor, en la tienda de monsieur Dufayel, en el bulevar Barbès, y sin ninguna experiencia previa se inscribió en el Tour de 1906. Después de la segunda etapa y tras meterse en una escapada, llegó a estar segundo en la General, pero en Marsella, agotado tras la media montaña, finalizó siete horas después del cierre del control, y fue descalificado. Aún así, decidió seguir las etapas fuera de carrera junto a otros dos corredores. En 1909, sin embargo, llegó su consagración. Pese a la caída que sufrió camino de Toulouse, que le hizo cruzar la meta con la cabeza ensangrentada y en estado semicomatoso, sus 580 kilómetros de escapada le llevaron a ganar en París el 1 de agosto.
Tras estallar la guerra, al no poderse alistar en el ejército francés, firma un contrato de compromiso voluntario con el I Regimiento de la Legión Extranjera. En enero de 1915, ya en primera línea del frente, fue nombrado cabo, justo cuando recibió la noticia de que su mujer estaba embarazada. Fue destinado al Mont-Sant-Eloi y allí se encontró con un camarada del pelotón del Tour, Charles Cruchon. El 5 de mayo se enteró del nacimiento de su hija Raymonde, y lo compartió con Cruchon, pero apenas tres días más tarde, los mandos de su regimiento les anunciaron el inminente asalto a una cota cercana ocupada por el ejército alemán.
Decidió escribir una carta a su esposa, llena de nostalgia y también felicidad por el nacimiento de su hija, y advertía: "Nadie es inmortal". Faber desapareció en la batalla de Artois, el 9 de mayo de 1915. Un compañero, también ciclista, de nombre L’Archevêque, intentó recuperar su cuerpo, "para enterrarlo como un héroe", pero no lo consiguió. El periódico L’ Auto, lloró su muerte: "Mi dolor es atroz", escribía Alphonse Bauge. Sus rivales, que le admiraban, le homenajearon en el Tour de 1919. El pelotón se paró a la altura del Café l’Usine, en el barrio parisino de Colombes, donde Faber acudía a diario. También tiene una calle a su nombre en Luxemburgo.
El último héroe ciclista que murió en la Gran Guerra fue también el más rápido. Lucien Mazan, conocido como Petit-Breton, por su estatura y su origen, había batido años antes el récord de la hora en el velódromo Buffalo de París. Se aficionó al ciclismo en Buenos Aires, cuando trabajaba de botones en el Jockey Club. Su padre, Clement, joyero de profesión, perdió las elecciones locales en su pueblo, Plessé, y no soportó la humillación, así que decidió emigrar a Argentina con su familia.
Lucien se quedó en Bretaña, aunque se unió a sus padres unos años más tarde. Lucien devoraba las revistas de ciclismo y corría: fue campeón argentino de pista pero el continente americano se le quedaba pequeño. Cuando en París se inauguró el velódromo Buffalo, regresó a Francia. Le llamaban "el bretón", pero como había otro ciclista con ese apodo, le puso por delante Petit. Ganó la París-Tours de 1906 y la primera edición de la Milán-San Remo, en 1907. Ese mismo año ganó el Tour, y repitió al siguiente. Fue el primero en vencer en dos ocasiones.
Ya retirado, casado y con dos hijos, se alistó en el ejército francés y fue adscrito como enlace y conductor en un regimiento ferroviario. Dicen que el veloz Petit-Breton fue el encargado de llevar a París la orden de movilización de los taxis de la capital para trasladar a los soldados al frente del Somme, tras la ofensiva alemana. El 20 de diciembre de 1917, el vehículo que conducía chocó contra un carro. Falleció en el hospital de Troyes unas horas después, a los 35 años. Tres campeones del Tour, tres héroes a los que Francia aclamó.