TOUR 2017 18 de julio 16ª etapa Le Puy en Velay-Romans sur Isère / 165 kms.
LA CARRERA
Chris Froome mira hacia atrás al atravesar la línea de meta en Romans sur Isère ©ASO
Una mirada hacia atrás
Los abanicos provocados por el viento rompen el pelotón pero no destrozan la clasificación
CHRIS FROOME
"Sobre todo queríamos estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Mañana nos tocará a nosotros controlar. Los chicos están bien, disfrutamos..."
MICHAEL MATTHEWS
"No era nuestro plan, pero cuando vimos que Kittel se quedó en la subida, hemos querido aprovechar la situación".
No hay nada más bonito en el Tour –al margen de la competición–, que ver a un niño persiguiendo un bidón. El año del Centenario, el entonces director del Tour, Jean Marie Leblanc, se sintió inspirado y convocó a ciclistas y periodistas al auditorio de la Feria de Muestras de París, donde se instaló el cuartel general de la carrera, que salía de la capital, como en 1903, y entre otras cosas les dijo, –refiriéndose a los ciclistas, claro–, que procuraran lanzar los bidones vacíos a los lugares en los que hubiera niños, porque era la oportunidad de fidelizar a los jóvenes seguidores de la carrera o incluso fomentar vocaciones a futuros participantes en la prueba centenaria.
No le faltaba razón a Leblanc. A mí el ciclismo me gusta desde que mi tío, que hacía la mili en San Sebastián, me trajo un bidón y una bolsa de avituallamiento de color amarillo, con grandes letras verdes de los supermercados Spar, que había arrojado algún ciclista durante el Mundial de 1965 que ganó Tom Simpson en el hipódromo de Lasarte.
Así que cuando veo a un niño recoger un bidón en la cuneta, me imagino a un futuro campeón, porque es mejor que los cuentos acaben bien, aunque también puede salir un impresentable que se dedica a hacer calvos al pelotón cuando aparece la cámara de televisión, que hay de todo.
En la confluencia del gigantesco Ródano y del Isère, uno de sus afluentes, cabalgando hacia los Alpes, los ciclistas tuvieron ocasión de lanzar muchos bidones. Aprieta el calor, sopla el viento de cara y de costado y la sensación de sed es mayor que otros días. El pelotón, dividido en dos por el trabajo del Sunweb, para distanciar a Kittel, que parece agotado después de ganar cinco etapas, bebe, bebe y vuelve a beber. Se ven volar bidones y se ven correr niños a la cuneta, a recoger el despojo de los dioses de la bicicleta.
También aparece algún idiota haciendo calvos, enseñando el trasero desnudo, vamos, pero los ciclistas más atentos no se fijan en eso sino que miran las banderas de las caravanas que aparcan en las cunetas, y que muchas veces son las mismas que las de la etapa anterior, atrapadas por la fascinación de la carrera, siguiéndola como cuando las antiguas legiones llevaban a su retaguardia pueblos enteros a la batalla. Miran las banderas porque sopla fuerte el viento a orillas de los grandes ríos, y en cualquier momento se puede liar la carrera, destrozar en mil pedazos.
Y pasa, porque aunque todos saben que puede suceder, los latigazos de los más fuertes acaban por cortar a los más débiles, y no todos caben cuando el equipo que los provoca cierra la cuneta. Se ponen los ciclistas en fila, escalonados, tapando los huecos y rodando en diagonal, hasta que no queda más espacio y nadie se puede enganchar.
Hay que tenerlo estudiado, mirar hacia atrás y apretar fuerte para que no se agarren los rivales. Lo hizo el Sky y en principio desenganchó a Aru y Bardet, pero consiguieron pegarse, como Nairo Quintana, arrastrado por Benatti. Fue en los últimos kilómetros, donde todo el mundo sabía que soplaría el viento, aunque algunos, como Daniel Martin o Alberto Contador, que antes había intentado hacer lo mismo que el Sky sólo con Jarlinson Pantano, se perdieron por las rectas de la Ardeche y se distancian más en la General.
Froome miraba hacia atrás, en los abanicos y en la meta; mira hacia atrás en la General y ve el peligro muy cerca, con sus enemigos concentrados y hasta con el fuego amigo de Mikel Landa a poco más de un minuto. Mientras Michael Matthews culminaba el gran trabajo de su equipo el Sunweb, Froome miraba atrás y veía a Contador descolgado en los abanicos, sin hacer un esfuerzo de más, pero capaz de revolucionar la carrera en el camino a Serre Chevalier.
Ve también a Fabio Aru, despistado otras veces, diciendo que el Galibier es su casa, y relamiéndose por el panorama que les espera, con la Croix de Fer y el Telegraphe antes de bajar al valle camino de Briançon. Emile Georget, el primer ciclista que atravesó el coloso alpino en el Tour de 1911 pidió a los organizadores que construyeran un túnel abajo, en el valle, para no tener que sufrir tanto.
Cuando Froome pase por el monumento a Henri Desgrange en la cima del Galibier, sabrá si puede mirar atrás para ver sufrir a sus rivales o hacia adelante, porque le han superado. Lo que parece claro es que en las laderas en las que murió el primer martir del Tour, el vizcaíno Paquillo Cepeda, que corrió en los equipos ciclistas del Athletic y el Real Madrid, se puede desencadenar una batalla épica.