TOUR DE FRANCIA 2017 21 de julio 19ª etapa Embrun-Salon de Provence / 222,5 kms.
LA CARRERA
Edvald Boaason Hagen, ganador de la etapa, tras atravesar la línea de meta. ©ASO
Una especie de justicia divina
Edvald Boasson Hagen, que perdió una etapa por siete milímetros, gana en solitario
BOASSON HAGEN
"Me siento bien de estar esta vez en el lado bueno. Después del segundo puesto detrás de Kittel no he perdido la confianza, al contrario".
CHRIS FROOME
"Me tengo que asegurar de hacer todo bien, y espero que tenga un buen día. Entre una caída y un pinchazo, temo más la caída: siempre se puede..."
Existe una especie de justicia divina en el Tour que está a punto de finalizar. Lo hará en Marsella, en el Stade Vélodrome, que ahora se llama, tiempos modernos y comercializados, Orange Vélodrome, un lugar en el que, por cierto, la carrera francesa ha recalado diez veces. Finaliza, sí, en Marsella, aunque quede la etapa protocolaria de París, salvo que, por sorpresa, los aspirantes al trono, Froome incluido, se la tuvieran que jugar con las bonificaciones de los Campos Elíseos.
Posiblemente no sucederá, y precisamente, por esa justicia divina que se está impartiendo en el Tour, que parece premiar a quien se lo merece. Le pasó a Warren Barguil, a quien las sensaciones dieron por ganador en una etapa que en realidad se había llevado Rigoberto Urán. En estos casos, uno suele lamentar la oportunidad perdida. No es fácil vencer en una etapa del Tour, así que cuando la foto finish decretó que el colombiano se llevaba la gloria, a Barguil se le hundió el mundo. Pero miren por dónde: acabó ganando dos etapas y el jersey de la montaña. Su trabajo le hizo justicia.
A Boasson Hagen le hizo justicia una rotonda después de que las cámaras ultrasensibles de Tissot le quitaran el podio por siete milímetros. Fue esa la distancia con Marcel Kittel. El vikingo noruego se encogió de hombros y aceptó la derrota sin rechistar. Después estuvo cerca unas cuantas veces, hasta que en Salon de Provence, una vez atravesados los campos de lavanda en los que más de un ciclista se hubiera tumbado a echar la siesta, llegaron las rotondas.
Y las rotondas en el ciclismo, son como la caja de bombones de Forrest Gump. Cuando los ciclistas se abren para tomarlas, no saben lo que se van a encontrar. Iba el grupo delantero a jugarse la victoria en los últimos kilómetros cuando llegó la rotonda de Salon de Provence. Por la izquierda se fue Benatti, pastoreando al grupo más grande; por la derecha trazó Nicolas Ardnt, seguido de Boasson Hagen.
Y en la lotería del Tour, al noruego le tocó el gordo. Al entrar es difícil saber cual es la trayectoria más grande, porque el público suele tapar la visión, pero él y su guía fueron a topar por el camino más corto. Les sirvió para coger unos metros de ventaja. Ardnt sacó el codo y pidió un relevo. Boasson Hagen se puso delante y ese relevo fue brutal.
Sacó de rueda al alemán, le dejó hecho polvo. El corredor del Dimension Data cogió una ventaja enorme en unos metros. Le sirvió para ganar, a él, un esprinter, escapado en la meta. Sin apreturas como acostumbra. Era, tal vez, el favorito en una llegada en grupo, pero no tuvo que jugársela. Justicia divina.
Entre otras cosas, porque en el pelotón nadie quería trabajar. Los equipos de los sprinters tenían gente delante y el Sky se limitaba a mantener las distancias. Todo fue muy tranquilo a la espera de la etapa definitiva, la de las calles de Marsella, desde el Vélodrome hasta el Vélodrome, pasando por el emblemático santuario de Notre Dame de la Garde, que domina la ciudad portuaria.
Hará calor, dicen, y Froome será el favorito, dicen también. ¿Será justicia divina? El británico salió de la primera etapa, en la que perdió a dos rivales –Valverde e Izagirre–, con 43 segundos de ventaja sobre Bardet y 51 sobre Rigoberto Urán. Después de 19 días de carrera, esa diferencia ha ido disminuyendo lentamente hasta los 23 ante el francés y los 29 frente al colombiano, es decir, los cuatro macizos montañosos que ha atrevesado el Tour no han servido para reforzar su posición, sino todo lo contrario. ¿Será alguno de sus rivales capaz de destronar al británico en su terreno? El desenlace, en Marsella.