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TOUR DE FRANCIA 2017 A menos de un mes del comienzo 

LA HISTORIA

Federico Ezquerra, en la ascensión al Galibier.

GALLICA BNF

El coloso de los Alpes

En 1911, Emile Georget fue el primer ciclista en atravesar el mítico Galibier

«Los que construyeron el túnel en la cima del Galibier deberían haberlo hecho abajo. Sería un poco más largo, sin duda, pero nos hubiera evitado un martirio. Entre el túnel del Metro y la cima del Galibier, sin duda que prefiero el Metro».

Emile Georget fue el primer ciclista del Tour de Francia que atravesó la cima del Galibier. Fue en 1911. Tras el éxito del año anterior en los Pirineos, la dirección de la carrera decidió incluir también los Alpes. Desgrange eligió el Galibier, una montaña desconocida para los ciclistas, cremallera de unión entre los Alpes del norte y los de la Provenza. Una montaña, dos mundos. Nadie de la Valloire, en la Saboya, se casa nunca con alguien del valle de la Guisane, la vertiente briançonesa. Están cerca, pero no se ven, cada comarca en una ladera del Galibier, separados por un coloso que les incomunica nueve meses al año. "Para nosotros es un mundo diferente", dicen de uno y otro lado. "Además, siempre fueron valles muy pobres. Ninguno tiene nada que aportar a los del otro lado".

El Galibier era -y es-, una cima terrible. 33 kilómetros de ascensión con un desnivel medio del 7%, con rampas del 14% cuando la altitud llega a 1.600 metros y un 9% en la parte final, cuando más difícil es respirar, a 2.556 metros de altitud. Georget, pese a su caída de unos días antes, escapó en Annecy, la ciudad medieval del noroeste, y se presentó en cabeza de la etapa, la quinta de aquel Tour, en las faldas del Telegraph, la cima intermedia del majestuoso Galibier. Ascendió el primero y se presentó en la llegada de Grenoble, después de 366 kilómetros de etapa desde Chamonix, con quince minutos de ventaja sobre Garrigou. Fue un Tour de muchos cambios. Los organizadores habían quedado escaldados con lo que había sucedido en la edición anterior.

 

El Tour era ya un magnífico escaparate que servía para vender muchos productos, entre ellos, bicicletas. Los corredores importantes iban patrocinados por las casas fabricantes, lo cual estaba permitido por el reglamento. Esos corredores viajaban con directores deportivos, bajo la adscripción de las marcas. Luego estaban los otros, denominados isolés. Los independientes.

Según el reglamento, no podían recibir ayuda exterior. Viajaban en las etapas con su comida, sus repuestos y sus herramientas y debían, después, al acabar la etapa, buscarse alojamiento en las ciudades en las que recalaba el Tour. Pero los organizadores sabían que los directores deportivos de los grandes, facilitaban material y otras asistencias a estos isolés, a cambio de que se pusieran al servicio de los hombres importantes. Así que, después de las irregularidades de la edición anterior, Desgrange decidió suprimir los equipos de marcas, limitar las funciones de los directores deportivos y dividir a los corredores en dos categorías, cada una de ellas con una clasificación diferente.

En la categoría A entrarían los ciclistas de reconocido prestigio. En la B, los neófitos, los regionales y los de segunda clase. También ese año, el material empezó a mejorar con respecto al de los primeros años del Tour. La bicicleta de uno de los favoritos, Faber, por ejemplo, ya sólo pesaba 16 kilos, pero incluso había algunas de apenas catorce kilos.

Ese mismo año, cinco corredores adoptaron, en sus bicicletas, el cambio de velocidad. Petit-Breton, Alavoine, Brocco, Cornet y Pavese colocaron coronas de más en su bicicleta, aunque las tenían que cambiar a mano. Mejor, de todas formas, que el mecanismo de los demás, que consistía en una corona a cada lado de la rueda posterior, que daban la vuelta según estuvieran en el llano o en la montaña. Fue un año importante para el Tour, revolucionado con muchas novedades. Un tal monsieur Dozol, por ejemplo, ofrecía a los corredores, por el precio de 30 francos, transportar su maleta entre ciudad y ciudad en un camión, además de reservarles habitación en las llegadas de las etapas. La organización también informó que, desde esa edición, pondría a disposición de todos los ciclistas, que fueron 110, retretes en todos los puestos de control de las etapas.

En esa dinámica de cambios, el periódico organizador, L´Auto, montó un sistema de información a fin de que todos los restaurantes, cafés y braserías de Francia, los resultados de las etapas, que los establecimientos exponían en pizarras. La carrera empezaba a superar todas las previsiones de expectación, hasta el punto de que los organizadores tuvieron que solicitar a la ya larga caravana de vehículos seguidores, que aparcaran sus vehículos fuera de las líneas de llegada. Por detrás de los cordones de protección.

En esas condiciones, el Tour de 1911 llegó por primera vez a los Alpes, al Galibier, con Georges superando la cima en cabeza. Petit Breton, uno de los favoritos para ganar aquel Tour, no pudo pasar de la primera etapa en Dunkerque. Tuvo que ser hospitalizado después de chocar con un marinero que se cruzó en el camino en plena carrera. Se marchó en ambulancia. No tuvo, siquiera, la oportunidad de montar en la «voiture balai», el camión escoba, que iba recogiendo, y aún recoge, a los ciclistas que abandonan. Ese mismo día, otro ciclista, Julian Gabory, llegó a la meta descalzo tras perder los zapatos durante la etapa.

 

Una epopeya que Desgrange describió en su Acta de adoración, publicada en L’Auto –precursor de L’Equipe–. "¿Acaso no tienen alas nuestros hombres, que hoy se elevaron hasta una altura donde ni siquiera llegan las águilas? ¡Oh Sappey!, ¡Oh Laffrey!, ¡Oh puerto Bayard!, ¡Oh, Tourmalet! Nunca fallaré en mi deber de proclamar que junto al Galibier sois como el pálido y vulgar animalillo; ante este gigante sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia".  No todos pensaban como Desgrange. "Sois unos estafadores", le dijo Gustave Garrigou. "Esto ya no es deporte ni una carrera, sino un trabajo a destajo", opinó Eugéne Christophe.

Galibier es territorio de escaladores. A los ciclistas se les cae el alma a los pies cuando después del Telégraphe leen el cartel de "Túnel del Galibier, 34 kilómetros". Todo un reto mental, pero quienes la superan alcanzan la gloria. Al vasco Federico Ezquerra, la banda municipal le tocó un pasodoble. Le llamaban Le roi de la montagne en Grenoble, a donde llegó detrás de Renné Vietto porque en el descenso del Galibier le costó un mundo cambiar el desarrollo a mano. Pero había sido el primero en superar la cima que protege al Briançonnais, una gesta firmada en 1934, la misma que el año anterior había protagonizado Vicente Trueba.

"He sufrido un martirio", murmuraba Anquetil tras subir al Galibier. "Bahamontes toca una partitura estruendosa", escribía Goddet en 1964. Allí, Leducq se cayó en 1930, luego se le rompió un pedal, se hizo un ovillo en una roca, lloraba. "Llamaba a su madre", relataba un testigo. Un espectador le prestó un pedal, alcanzó la meta en Evian y ganó la etapa. Coppi escalaba el Galibier "como un teleférico en su cable de acero", decían. Julio Jiménez dejó fuera de control a 31 corredores.

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