TOUR DE FRANCIA 2017 A menos de un mes del comienzo
LA HISTORIA
Eugéne Christophe empuja su bicicleta en el descenso del Aubisque, en 1922.
BNF GALLICA
El maillot amarillo de Christophe
El corredor francés fue el primero en vestir el jersey distintivo del líder en 1919
El 18 de julio de 1919, Eugene Christophe pasó a la historia, tal vez por casualidad. Tal vez porque Henry Pelissier, el ciclista más famoso del Tour, había decidido retirarse unos días antes, lanzando improperios contra los organizadores y después de haber perdido veinte minutos por un ataque mientras se quitaba el impermeable. «Pellisier es una masa muscular que sostiene un cerebro pequeño y pobre», afirmó Desgrange, el patrón del Tour.
El ídolo del ciclismo francés era reconocido allá donde iba, y Christophe, su sustituto en el liderato, pasaba más desapercibido. Así que a Henri Desgrange, el visionario que apostó por la carrera en 1903, el que la resucitó después de la guerra que destrozó Europa desde 1914 hasta 1918, se le volvió a ocurrir otra de sus ideas geniales. En realidad, casi todas las que tuvo desde el nacimiento de la carrera lo habían sido.
Descabelladas, pero geniales. Al comprobar el desconcierto de los aficionados al paso del Tour cuando no pueden ver a Pellisier, la referencia, anuncia el 10 de julio, en la salida de la etapa entre Luchon y Perpignan, que, en breve, el líder portará un distintivo especial. Al día siguiente especifica que el distintivo será amarillo, como las páginas de L' Auto, el periódico organizador del Tour. Dicho y hecho: en Grenoble, el 18 de julio, aprovechando la jornada de descanso, le entrega a Christophe el primer maillot amarillo, la prenda que, desde entonces, todos los ciclistas codician.
Al día siguiente, a las dos de la madrugada, parte la etapa en Grenoble en direccción a Ginebra, en Suiza. Son 325 kilómetros agotadores, con horarios imposibles. Al llegar a la meta, Eugene Christophe posa por primera vez con el jersey amarillo que le entregó Henry Desgrange. Unos días más tarde, se convierte en el personaje más popular del Tour, casi olvidado Pellisier, cuando la revista «La Vie au grand air» le coloca en la portada, a toda plana, con la imagen coloreada. Pero Christophe no llegaría de amarillo a París.
La fatalidad, una de esas historias que han creado el mito en torno a la carrera, le iba a apartar de un destino que parecía cantado. Otra vez de madrugada, el corredor francés tomaba la salida para la penúltima etapa entre Metz y Dunkerque, una brutal jornada de 468 kilómetros. Era el 25 de julio. A través de rutas infames, carreteras llenas de barro seco y 150 kilómetros de pavés, Christophe controlaba la situación y, sobre todo, a Firmin Lambot, el belga que ocupaba la segunda plaza en la clasificación, que no daba muestras de querer lanzar ninguna ofensiva. Pero en Valenciennes, el coche de Henri Desgrange se topó con una escena inesperada. Su adjunto, Henri Manchon le señaló un grupo de corredores rezagados. Entre ellos iba Christophe. Se le había roto el cuadro de su bicicleta. Los 28 minutos de ventaja sobre Lambot se estaban esfumando.
El reglamento especificaba que los ciclistas debían reparar ellos mismos sus monturas. Preguntó: "¿Dónde puedo arreglarla?". Le señalaron un pequeño taller en un pueblo llamado Raismes. Le pidió las herramientas al dueño y, sin pronunciar una palabra, se enfrascó en la tarea durante una hora y diez minutos. Un revés de la fortuna, otra más para Cri-Cri, que así le llamaban. El 9 de julio de 1913, en la etapa Bayona-Luchon, descendiendo el Tourmalet, le había ocurrido algo similar. Iba en cabeza y se le rompió la bicicleta.
Tuvo que hacer catorce kilómetros a pie, hasta Sainte Marie de Campan. La reparación de su máquina duró cuatro horas y perdió todas las posibilidades de ganar el Tour. La tercera vez fue en el descenso del Galibier, en la etapa entre Briançon y Ginebra, en 1922. Iba rezagado en la general, así que se tomó el asunto con más humor. Llegó al avituallamiento de Saint Michel de Maurienne, montado en la bicicleta de paseo que le prestó el cura de Valloire.
Pero el de 1919 fue su peor día. Vestido de amarillo tuvo que ceder la prenda ya descolorida a su rival, Lambot, que se llevó una monumental sorpresa en Dunkerque, al saberse virtual vencedor del Tour. La noticia del desgraciado incidente corrió como la pólvora. Tanto que L' Auto, siempre bien de reflejos, lanzó una campaña para «reparar una desgracia sin equivalente en la historia del Tour». Abrió una suscripción popular para compensar, al menos económicamente, la pérdida del Tour por parte de Eugene Christophe. El periódico tuvo que publicar veinte listas de entusiastas donantes que aportaron desde los 500 francos de Henri de Rothschild hasta los tres que aportaron unos hermanos gemelos de Châtelguyon. Todos los aficionados se volcaron hasta conseguir 13.310 francos, una cantidad que superaba con mucho la que consiguió Firmin Lambot por ganar el Tour.