TOUR DE FRANCIA 2017 La carrera en marcha
CRÓNICAS
DE TRES
DÉCADAS
Alejandro Valverde celebra su victoria en Courchevel por delante de Lance Armstrong.
TOUR DE FRANCE
Courchevel corona a Valverde
2005, 10ª etapa 12 de julio GRENOBLE/COURCHEVEL. Ganador: Alejandro Valverde
Gloria a Valverde. “Lo tiene todo para ser un gran campeón”. Armstrong dixit. Y en la cima de Courchevel, en los Alpes, a más de 1.800 metros de altitud, se dieron la mano mientras al español se le nublaba la vista de la emoción al conseguir su primer triunfo en el Tour y consagrarse en la ronda francesa. El presente, casi ya pasado, y el futuro. Entre ellos dos, Mancebo y Rasmussen destrozaron la carrera.
Ahora en los cuarteles generales de cada equipo empiezan a lamerse las heridas, a cuantificar los daños. En todos menos en los del Discovery Channel y el Illes Balears. Valverde y Armstrong hablaron varias veces durante el camino, colaboraron. “Vamos, a tope, para sacar tiempo. “Es el momento para abrir hueco”, le dijo el estadounidense en el ascenso a Courchevel, donde claudicaron aquellos que pretenden impedir que logre su séptimo Tour. ¡Qué espectáculo! Georget ascendía, en 1910, el Galibier a 13 kilómetros por hora. Desgranges cronometró a Pottier en el Balón de Alsacia y las cuentas salieron fácil. A menos de 20.
Ahora, en el Tour las medias se destrozan cada día. Después de 1.671 kilómetros sobre la bicicleta, se ha corrido a casi 45 kilómetros por hora. Ayer, a 36,6 y la subida al último coloso más de 25. Sólo los más dotados resisten el ritmo que impone Lance Armstrong. Como hizo el año pasado, como hizo hace dos, y tres, y cuatro, y cinco, y hasta incluso hace seis años, el jefe va deshaciéndose de enemigos según avanzan los kilómetros. “Está jugando con el T- Mobile”, analizaba Josean Fernández Matxin, el director del Saunier Duval, en la jornada de descanso. Juega con todos.
A los corredores del Discovery Channel les pagan, y bien, por ahogar a los demás, por impedir que nadie se mueva, aún a costa de reventar en el esfuerzo. Sólo una vez se ha visto que esta premisa no se cumpliera, “pero los chicos reaccionaron bien, sacaron el orgullo. No hay problema”, según el propio Armstrong. La máquina de picar carne viste de azul y blanco, con ribetes amarillos en las mangas. Empieza la etapa y Bruyneel enchufa el aparato. Cuando llega el momento, es el propio Lance Armstrong el que aprieta el interruptor.
Al comienzo de Courchevel, el Discovery mete en la boca de la máquina de picar un trozo de carne tierna y jugosa; en la cima, el solomillo está deshecho en hilos finos. A Lance le encanta el steak tartare bien aliñado. Los equipos proponen y Lance dispone. Se planean estrategias que parecen salir bien hasta que llega el momento, hasta que Armstrong saca la máquina de picar. En fila, mirando hacia adelante. Sin preocuparse de que Jaschke o Pereiro vayan adelantados.
El esfuerzo les retuerce el gesto, como liebres de una carrera de atletismo, se van apartando cuando cumplen con su trabajo. Noval se retira después de kilómetros de dolor en las piernas; después Beltrán. Le sigue Rubiera. Azevedo le da el penúltimo relevo a Hincapie, el amigo George, fidelidad desde juveniles. Como en la fábrica, hay que solicitar los permisos al jefe: “Azevedo me ha pedido cambiar el turno con Hincapie porque no venía del todo bien. Así lo han hecho”. El último es Popovych. Se acerca Armstrong por detrás, le habla al oído. No hace falta ser un lince para descifrar la orden. Más fuerte. Lo más fuerte posible. Y Popovych obedece. “No ha acelerado, es que ha sprintado, lo que yo quería”.
Apenas 100 metros para que el T-Mobile se despatarre por las cunetas. Primero Vinokourov, que flaquea antes de tiempo. Luego Ullrich, finalmente, Kloden, la última esperanza. Basso resiste más, apenas un par de kilómetros, y quedan 15. Prefiere ir a su ritmo para no reventar. Así permanece hasta el final, entre dos aguas. Todos pierden, salvo Armstrong, Mancebo, Valverde y Rasmussen. Antes de la debacle alemana, del crack italiano, fueron otros aspirantes. Landis, Botero, Moreau, que ansiaba el maillot amarillo. Mayo se borró en el Cormet de Roseland. Enlazó luego pero era un mal síntoma. Llegó a 21 minutos.
Heras se diluyó cuando aún tiraba Azevedo. Beloki resistió más pero tuvo que descolgarse con cara de sufrimiento. De otros ni siquiera hay vestigios entre los primeros puestos de la general. Y cuando ya estaba toda la carne picada sólo quedaba luchar por la etapa. Entre tres. Mancebo se descartaba, jugó por Valverde. Saltó Rasmussen, le siguió el murciano. Después Armstrong lanzó el latigazo definitivo. Valverde cogió rueda, “aunque casi me despego”, admitió después, sonriente, fatigado, entusiasmado. Pero aguantó. Era entre los dos, y el ciclista español es muy rápido. Hasta para Armstrong.
Abrió los brazos en cruz en la línea de meta, se le nubló la vista y volvió a la posición natural. Luego Lance le dio la mano y así caminaron unos metros, simbolizando el poder absoluto del Tour. El del Tour y el de la etapa del Tour, que la gloria no es la misma, pero por algo se empieza. Cuando pasan cosas como éstas, José Miguel Echavarri echa la vista atrás y se acuerda de los viejos buenos tiempos. De cuando era casi un chaval y corría en el Bic, y después en el Benfica; de cuando con un par de coches usados montó la infraestructura de un equipo y sedujo a una empresa metalúrgica de al lado de Pamplona para que pusiera su nombre en el maillot de aquel entonces.
Del viaje a ninguna parte que emprendió cuando convenció a los suyos de que el Tour era lo más grande, y Arroyo y Delgado, aún epatados por lo que veían, tan grande, tan hermoso, empezaron a asombrar más que a asombrarse. Cuando ganó Valverde ayer, al veterano patrón navarro, –“¿Me llamaban Jomeini, os acordais?”–, le tuvo que venir a la cabeza el primer Tour que ganó con Delgado, y cómo en esa época de alegrías ya miraba de reojo a un chaval grandote, noble, todo fortaleza, que se llamaba Miguel Indurain.
Pero los tiempos cambian, así que cuando a Valverde le preguntan por el peso histórico del maillot que viste, no sabe qué responder, se aturulla, se confunde. Contesta otra cosa. Qué tiempos. Al menos, como siempre, el ciclismo estrecha lazos, hace extraños compañeros de viaje. Valverde habla de Armstrong y le llama Lance, con confianza de toda la vida. El boss habla de Valverde y se deshace en piropos. “Va a ser una vedette del ciclismo. Es completo como corredor, fuerte, rápido, inteligente y buena persona. Sólo le falta mejorar un poco en la contrarreloj. En la llegada me ha sorprendido su fuerza. Ha estado impresionante, siempre estaba donde tenía que estar en la subida. He acelerado y no le he podido descolgar. He hecho todo por conseguir la victoria pero no he podido con él”.
Es el boss, acostumbrado a lidiar con los periodistas. Se conoce el set de entrevistas del Tour como la cocina de su casa en Austin. Valverde comparecía por primera vez. Todavía nervioso, aún emocionado. “He cumplido el sueño de ganar en el Tour, y además en una etapa como esta. Mancebo y yo hemos ido a tope porque además si llegábamos en este grupo yo tenía posibilidades de ganar, como ha sucedido”. Le llaman Balaverde, y ayer se vio por qué frente al mismísimo Armstrong. “Ha sido duro. Arrancó Rasmussen y yo salí a rueda. Luego Lance, a tope. Le he cogido la rueda y he estado a punto de soltarme. Luego, sólo con la emoción de poder ganar aquí he podido sacar las fuerzas para sprintar y ganar”.