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TOUR DE FRANCIA 2017 A dos días del comienzo 

LA HISTORIA

Gino Bartali se baña en su habitación del hotel tras la etapa Pau-Luchon en el Tour de 1938.

GALLICA BNF

Bartali y Coppi, dos mundos

Fueron rivales en la bicicleta y amigos después, representaban a las dos italias

Afirmaba que fue ciclista gracias a la dote de sus hermanas y hay quien dice que evitó una guerra civil en Italia con sus triunfos en el Tour de 1948. Tal vez exageraciones en ambos casos, propias y ajenas. De qué hubiera sido capaz Gino Bartali de no mediar la Guerra Mundial, que destrozó millones de vidas pero no acabó con su espíritu luchador.

 

Ginettaccio, la antítesis de Coppi. Espíritu y carne frente a raciomalidad e instinto. Dos ciclistas complementarios, que desplegaron odios, rivalidades y gestos de solidaridad en una década prodigiosa del ciclismo italiano, a la vez un decenio terrible para el país. El escritor Sergio Zavoli recuerda que «nada es hoy como entonces. La sociedad corre demasiado. Pienso en Coppi y Bartali, pero también en la Callas y Tebaldi, Di Stefano y Del Monaco. Lollobrigida y Loren. Fue la Italia que supo apasionarse. Hoy es difícil vibrar con el duelo D'Alema-Berlusconi», decía tras la muerte de Bartali.

 

Según Zavoli, «Bartali representaba la Italia católica, virtuosa, contra la Italia laica y transgresiva de Coppi, pero representaron el regreso italiano a la gran escena mundial».  «Eran dos gigantes, dos divinidades, dos potencias, y los demás, comunes mortales», afirmaba Alfredo Martini, ex seleccionador italiano y compañero de Bartali.  Bartali y Coppi fueron los protagonistas «de un poema épico popular que se alimentó de comparaciones extremas».

 

Coppi era el ciclista de izquierdas y Bartali, el amigo de los papas, el de la Democracia Cristiana. El hombre desconfiado e ingenuo a la vez, que les pidio a Andreotti y De Gasperi que le eximieran de pagar impuestos durante un año cuando le dijeron que pidiera lo que quisiera. «Eso no es posible», dijeron los políticos: «Pero ni siquiera me regalaron una copa».  

 

Un mundo difunto  Curzio Malaparte escribió en 1949 que «Bartali es el campeón de un mundo ya difunto, el superviviente de una civilización que la guerra ha matado. Coppi es el campeón madurado por la guerra y el de la liberacion. Representa el espíritu racional, científico, el cinismo, la ironía, el escepticismo de la nueva Europa, el materialismo».  Vivió la época del ciclismo de gesta. El que no se veía y apenas se escuchaba.

 

Dice el periodista José Antonio Díaz en su «Historia del ciclismo vizcaíno», que los seguidores de los grandes campeones «creían en sus hazañas aún sin poder verlas». Lo mismo venía a decir un comentario editorial del Corriere della Sera a la muerte del campeón toscano: «Es difícil entender lo que Bartali significó en la postguerra de Italia. Sólo las familias ricas tenían radio. Para seguir las empresas de Coppi y Bartali había que acudir a los bares más importantes. Se vivieron allí, junto al altavoz, las crónicas radiofónicas. Quien tenía dinero consumía algo. La mayoría se quedaba fuera a escuchar. Cada tarde, los bares exponían la clasificación de la etapa y la general. Durante años, fue el único modo de conocer los detalles. Pocos podían permitirse el lujo de comprar el periódico. Tuvimos pocas diversiones, fuimos malditamente pobres. A distancia de los televisores, los teléfonos móviles, ordenadores, Internet, play stations de ahora».

 

El Bartali que interesa es el de después de la guerra, no el de antes ni el del durante, porque la Italia que representó fue la del Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica, que se rodó el mismo año en el que ganó su segundo Tour.  El fenomeno Bartali llegó a eclipsar los problemas que aplastaron a Italia tras la Guerra Mundial. El 14 de julio de 1948, el líder del partido comunista italiano, Palmiro Togliatti, fue herido gravemente por tres disparos del estudiante de 25 años Antonio Pallante. Aquel mismo día, Gino Bartali ganó la etapa Cannes-Briançon del Tour de Francia. Según el escritor Indro Montanelli, «la primera información que solicitó Togliatti en el hospital, en medio de la tensión de aquellos días en que Italia parecía sobre el dobladillo de la Guerra Civil, era sobre el Tour.

 

Togliatti siguió con gran interes la carrera. Según Andreotti, sin aquella hazaña de Bartali, las masas soliviantadas hubieran provocado una verdadera matanza».  Hasta en el ocaso de su carrera dio de qué hablar la rivalidad de Bartali y Coppi, que inspiró un libro: «El Giro de Italia, Coppi contra Bartali en 1949», escrito por Dino Buzzati.  Fue Bartali, la épica y el sueño. Gracias, decía, a sus hermanas y su padre con su voz cascada desde que, de pequeño. le enterraron en la nieve, y la cicatriz en la cara, de una caída en Grosseto. El y Giulio pudieron ir a la escuela. Había nacido en una calle polvorienta de Ponte a Ena, en las afueras de Florencia, junto a una huerta llena de cerezos. «Eramos pobres pero nos queríamos».

 

Cogía hilos de rafia de colores y los vendía a los artesanos de la paja. Reunió dinero para comprar la bicicleta. Pero no el suficiente. Sus hermanas Anita y Natalia pusieron parte de su dote y el padre completó la cifra que pedían por la bicicleta que quería Gino.  Poco después llegó la hora de ponerse a trabajar: «No tenía fuerza para ser excavador como mi padre Novillo, ni podía dedicarme a trenzar rafia, que era trabajo de mujeres».

 

Entró en el taller de Oscar Casamonti. «Tranquilo, me dijo. Vienes tres días a la semana, después de la escuela y de hacer las tareas». Empezó colocando radios en las ruedas. Luego llegó la hora de probarse como ciclista.  Un periodista de La Gazzetta dello Sport se dio cuenta de que se estaba gestando un campeón cuando viajaba en cabeza con varios minutos de ventaja sobre sus perseguidores -Olmo y Guerra- en la Milán-San Remo de 1935. El reportero, Emilio Colon, le entrevistó in situ, en plena carrera, con el objetivo, confesado después, de ralentizar su ritmo y provocar la caza, no fuera aquel chaval, el que pusiera en peligro la tirada del periódico deportivo.

 

Aquel año acabó cuarto, tras Olmo, Guerra y Cipriani. Se llevó 500 liras de premio.  Venció en el Giro de 1936 y también en el siguiente. En 1938 ganó el Tour de Francia, el primero para un italiano tras el de Bottecchia en 1924. Después, tras la Guerra, aún tuvo fuerzas para ganar el Giro de 1946 y el Tour de 1948 frente a Coppi y Magni.

 

Bartali no fue un ciclista salido del laboratorio. Surgió, según Mario Fossati, de un deporte de pobres para los pobres, como Coppi. Ganaba por riñones, y también espoleado por la fe en Dios. Confesaba Coppi que «si tiene una avería y se queda atras, se encomienda a Dios, a Santa Teresa, San Domenico o a quien sea y como por una promesa no ceja en el esfuerzo». Siempre al ataque. Con Coppi en el otro bando: «Fue un campeón. Si no, no me hubiera podido ganar», pero «en Los Dolomitas pasé yo el primero, en Costalunga en el 37, sobre el Falzarego y el Pordoi y sobre el Sella en el 40».

 «El año 1999 ha sido para mí un año en subida», dijo meses antes de su muerte. Ya no tenía fuerzas para acudir a su Giro amado, en el que había dejado sus últimas ilusiones, en la caravana publicitaria, con su gorrilla del Club'88 y repartiendo saludos a un público agradecido y entusiasta. Medio siglo después, el gran Gino levantaba pasiones. Dejó huérfana a la Italia deportiva.

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