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Camiseta por fuera


San Mamés, minuto 79. Iñaki Williams espera en la banda a que el juego se interrumpa. Ziganda ha decidido dar descanso a Beñat y poner en el campo al joven delantero. Es el único de los protagonistas que va a jugar con manga larga. En ese instante, cuando todavía no se ha parado el partido, Pedrag Radovanovic, un montenegrino que ejerce labores de cuarto árbitro, habla con el jugador, le hace gestos. Iñaki le mira extrañado, pero obedece. Se mete la camiseta dentro del pantalón. Un instante después, cuando Pedrag no mira, se la vuelve a sacar, pero el Radovanovic inquisidor –porque también había un Radovanovic árbitro y otro juez de línea–, le repite la orden y Williams sumiso, se resigna. Salta al campo, en el minuto 80, con la camiseta por dentro del pantalón. Con Aketxe, cuando salió por Aduriz, ocurrió lo mismo. Una imagen de otros tiempos.

Es cierto que hasta hace pocos años, los árbitros repetían a menudo el gesto de apoyar las manos, con las palmas pegadas a la barriga y los dedos mirando hacia abajo, mientras las subían y las bajaban, para pedir a los futbolistas que se atuvieran a las reglas del recato y la decencia e introdujeran la camiseta por dentro de la pantaloneta.

En 1986, la FIFA dictó un memorando en el que pedía a los jugadores que cumplieran con esa norma, y a los árbitros, que la hicieran cumplir. El reglamento comentado de Pedro Escartín, que durante décadas fue la biblia de los árbitros, también apuntaba en esa dirección. Era lógico. Por entonces, las camisetas eran más anchas que las actuales, pegadas al cuerpo. Futbolistas como George Best o Quique Setién siempre jugaron con la camiseta por fuera. Era casi un signo de rebeldía.

Ahora es al revés. Sólo un jugador de la Liga pasada, el canario Roque Mesa, jugaba con la camiseta por dentro, en una estudiada pose vintage, con bigote y peinado años cincuenta, y la vuelta amarilla de las medias exageradamente ancha, como en tiempos de Zarra.

Así que la exigencia de Radovanovic a Williams parecía estar de más. Fuera de contexto. Fue una orden anacrónica. Por supuesto, en cuando se desplazó a la banda contraria, Iñaki se sacó la camiseta del pantalón y santas pascuas.

De hecho, lo que hizo Williams fue lo mismo que desarrolló el Athletic durante los 94 minutos de juego: hacer como que estaba dispuesto a aceptar las reglas que trataba de imponer el Dinamo de Bucarest para, en realidad, hacer su voluntad. Estuvo inteligente en eso Cuco Ziganda, en su estreno como técnico en San Mamés. Se trataba de contemporizar, pero no aborregarse. Doblarse como un junco cuando el equipo de Cosmin Contra trataba de estirarse, pero sin quebrarse en ningún momento. Los rumanos tal vez tuvieron, en algún momento, la falsa sensación de que el Athletic se resignaba a sus deseos, pero no fue así. Los rojiblancos se sacaron la camiseta por fuera y llevaron el partido al terreno más conveniente.

El Dinamo, inferior en juego, se estiró lo que pudo, pero se estrelló con el muro que formaban defensas y centrocampistas rojiblancos. Sucedía en los momentos de respiro, cuando Susaeta o Raúl García paraban un instante para coger aire. El navarro, de hecho, no paró mucho. Sus dos goles en la primera parte pusieron las cosas en su lugar, tranquilizaron al público y desorientaron al Dinamo, al que, en la segunda parte, el Athletic dejó más espacios. Pero sucedió como en la primera: los rojiblancos simularon que obedecían al juego del rival pero luego se sacaban la camiseta por fuera. El gol de Aduriz certificó la añagaza.


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