Buenas noticias
Anoche llovió en Bilbao y había partido en San Mamés. No se mojó nadie y esas son buenas noticias después de dos temporadas de zozobra con la cubierta, los colectivos sensibilizados por los chaparrones y las simulaciones varias en el túnel del viento sobre las corrientes de aire en el Camino de la Ventosa. Es cierto que no hubo vendaval y que la lluvia tuvo el buen gusto de caer en vertical como mandan los cánones y la ley de la gravedad que enunció Isaac Newton, pero la realidad es inamovible y nadie de los 35.808 asistentes al partido entre el Athletic y el Celta se mojó, salvo a la entrada, fuera de la protección de la cubierta ampliada que por fin pudo cumplir su función después de un otoño muy deslavado y demasiado seco para lo que por Bilbao se estila.
Además, ganó el Athletic y Kepa Arrizabalaga estuvo sobresaliente.
Hasta aquí las buenas noticias.
Luego queda analizar el partido, que fue magnífico para el Athletic por el resultado y para el Celta por el juego, y desastroso para el Athletic por el juego y el Celta por el resultado. Probablemente el equipo de Valverde prefiere que sea así, porque al final de temporada las victorias morales no computan para meterse en puestos europeos, pero tal vez hubiera sido más adecuado un poco de equilibrio entre el resultado y el juego para que el subidón del último segundo, tras el gol de San José, no hubiera dado paso horas después al desasosiego de darse cuenta de que el marcador no tapa el mal juego del equipo, que sigue vivo, en puestos importantes, sin haber exhibido aún nada de la inspiración de temporadas precedentes.
Porque al margen de la exitosa actuación de Kepa, que viene con ganas de quedarse para muchos años, y del entusiasmo de Iñaki Williams, que está aprendiendo con la experiencia y ahora sabe dosificarse mejor para llegar pletórico al final de los partidos, cuando los rivales no pueden ni con el alma, no hay fútbol. Al margen de todo eso, digo, resulta muy preocupante observar que una de las cualidades del Athletic desde los tiempos de Bielsa, y que Valverde explotó con más éxito aún, la presión constante al rival, se está diluyendo y apenas aparece ahora en los partidos. El equipo rojiblanco se ha olvidado de agobiar al rival y provocarle pérdidas, algo que el Celta hizo muy bien en San Mamés, para proyectarse después con constantes balones buscando la espalda a la defensa y creando ocasiones que sólo la impericia de los delanteros gallegos y la buena noche de Kepa no sustanciaron en una victoria que hubiera sido muy merecida.
No puedo imaginar lo que pensó durante el partido mi amigo Fernando Castro, uno de los que más sabe de pelota en este país, hijo de quien fuera socio número uno del Athletic, nieto de un vigués que jugó en el equipo rojiblanco (y que se casó con la hermana de otro futbolista bilbaino), y que era hermano de Manuel de Castro, Handicap, fundador del Celta y periodista, testigo de aquel grito de "¡A mí el pelotón Sabino!", que lanzó Belauste en Amberes. En casa de los Castro quieren siempre que ganen el Athletic y el Celta, así que ayer, en San Mamés, Fernando posiblemente no sabía que pensar ante lo que estaba sucediendo; es difícil adivinar si cantó el gol de San José o lamentó la mala fortuna de Iago Aspas, que marcó un gol, hizo un partido excelso pero se estrelló dos veces con el poste.
Aparcada la presión, olvidados definitivamente algunos automatismos que conservaban varios jugadores del anterior técnico, –todavía se podía ver algún bielsa en la banda derecha entre Susaeta y De Marcos–, con Beñat diluido porque todavía no ha alcanzado el ritmo de la Liga y con Aduriz desconectado de los centrocampistas, el juego decae inexorable, y si hasta el momento el Athletic estaba dando la cara en San Mamés y la cruz en el exilio, frente al Celta no apareció siquiera esa intensidad habitual, excepto en momentos concretos del partido: los diez minutos después de un claro penalti a Raúl García que encendió a la grada y el cuarto de hora final con las líneas adelantadas en busca del empate.
Fue una mala noche con final feliz, pero lo que ofrecieron los hombres de Valverde resulta preocupante. Evidentemente no se trata de una falta de actitud, porque de eso sobra, sino que da la sensación de que al equipo no le llega para jugar como pretende y que, debido a eso, al final no se sabe lo que pretende. Es posible que un equipo gane uno o dos partidos como el del Celta, pero no muchos más. Quedar al albur de las paradas de Kepa, de las carreras de Williams, del error de Roncaglia que penalizó a su equipo, de la frialdad de Aduriz desde el punto de penalti, o de una genialidad de San José es un tanto temerario. El Athletic tendrá que empezar a construir su fútbol de otra forma.
Y es más preocupante aún que el entrenador tenga que lanzar recados desde la sala de prensa a jugadores como Iturraspe, uno de los mayores misterios del Athletic en los últimos años.