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Muy poco felices


Por primera vez en mucho tiempo, el pasado jueves Ernesto Valverde se contaminó del ambiente que se ha creado en el club desde hace unos años en contra de la prensa y cargó contra el enemigo. Ya se sabe: los periodistas no son del Athletic y esas zarandajas que se airean en los pasillos de Ibaigane que a veces se asemeja un tanto al Gobierno Militar que albergó el palacio que fue de la familia Sota, y en el que de nuevo hay que cuadrarse ante el pensamiento único. Se apuntó a la tesis de que una cosa son los aficionados y otra la prensa. El entrenador del Athletic no era muy dado a enfrentarse con cara de perro a los periodistas. Tras su regreso, eso sí, aprovechó la marea y se desembarazó de un plumazo del cara a cara con los reporteros en las entrevistas. Fue, tal vez, la única ocasión en la que se mostró desabrido con los informadores cuando uno de ellos le pidió cita y le contestó que se la daría cuando consiguiera otra con el anterior entrenador. Fue una respuesta ventajista, puesto que el anterior era Marcelo Bielsa y el argentino llevaba años sin ofrecer entrevistas después de la traición de un periodista que publicó un off the record del técnico, algo que no debería haber hecho. Valverde había estado ofreciéndolas hasta medio minuto antes, por mucho que dijera que en Valencia ya no las daba, lo que no era cierto. Fue, simplemente, una cuestión de comodidad. Le viene mejor no molestarse. Antes, cuando no era tan conocido, o no tenía una postura de fuerza en los clubes a los que entrenaba, no tenía ningún inconveniente en ponerse a disposición de los medios. Yo le hice varias entrevistas. Una de ellas la aprovechó para lanzar varios mensajes a su presidente, Fernando Lamikiz, con el que mantenía una tensa relación. Otra me la concedió cuando, sin equipo, buscaba banquillo tras regresar por primera vez de Grecia. Dos días después fichó por el Villarreal. No por la entrevista, claro. Fue casualidad. La última vez que hablé con él para publicar sus palabras fue por un tema lejano al fútbol, cuando inauguró en Atenas una exposición de sus fotografías. Ni una pega. Luego cambió. Tal vez cuando se dio cuenta de que estaba en una posición más cómoda y ya no necesitaba a los periodistas como ellos le necesitaban a él.

Y el jueves estalló. El partido frente al Sassuolo, un rival de medio pelo de una Liga de medio pelo, por mucho que tenga un indudable prestigio histórico, le pareció "cojonudo", y con cierto deje, que no sé si calificar de desafiante, apuntó: "Y más cojonudo me parecerá cuantas más veces lo preguntéis". A los aficionados y a los periodistas el partido no nos pareció tan cojonudo, pese al resultado, y por eso las preguntas en la rueda de prensa incomodaron al entrenador. Tanto que se criticó a Joaquín Caparrós por aquel "clasificación, amigo", y mira por dónde, Valverde se apuntó a una tesis idéntica. En realidad sus respuestas iban por la misma línea. Acabó diciendo que lo importante era que se habían clasificado. Y lanzó una frase lapidaria: "Queremos que la afición sea feliz".

Esa declaración de intenciones es muy bonita; como la del estudiante que promete a sus padres que aprobará el curso, aunque luego le entre la flojera, o el propósito de principios de año de apuntarse al gimnasio que después sólo se recuerda cuando llega el recibo mensual. Quieren que la afición sea feliz. Pues entonces, que empiecen a jugar al fútbol. Desde luego, el lamentable espectáculo de Las Palmas no es la mejor manera de hacer felices a los seguidores del Athletic. Ni mucho menos.

Al margen del árbitro, el equipo rojiblanco hizo todo lo que se puede hacer para perder un partido, es decir, no jugar a nada. Está convirtiéndose en una costumbre ofrecer una imagen muy pobre fuera de San Mamés. Sucedía hace décadas, cuando el Athletic viajaba y se encontraba campos duros como pedregales, que no le permitían hacer su fútbol. Ahora las cosas han cambiado y casi todos los campos están en buenas condiciones, pero la costumbre se ha mantenido. Si en casa el Athletic al menos muestra una sobresaliente determinación, lejos de Bilbao, la imagen de equipo sólido se derrumba. En el Gran Canaria no hubo excepción a la regla. Después de veinte minutos interesantes, con un penalti clamoroso no pitado, y una agresión a Aduriz que no quiso ver el juez de línea, el centro del campo desapareció, las disputas se decantaron siempre hacia el equipo de casa, y el fútbol del Athletic se apagó. Marcó la Unión Deportiva y no se produjo ninguna reacción; tampoco después del segundo gol, en un clamoroso error de la defensa del Athletic que propició un contragolpe letal. Para colmo, Aduriz perdió los nervios ante un árbitro hipersensible con las protestas y se fue a la calle. Todo parecía perdido, pero sin embargo, entre que Muniain no se dio por vencido y que Álvarez Izquierdo se dio cuenta de que se le había ido la mano con sus decisiones anteriores, el Athletic puso la soga en el cuello insular durante algunos minutos. Un penalti que dejó en ridículo a quien lo señaló, sirvió para que Raúl García estrechara las diferencias en el marcador. Un minuto más tarde, Javi Varas hizo la parada de la noche en un remate de Elustondo y su rechace lo embocó Lekue a la portería, pero apareció por allí un defensa para sacar la pelota y evitar el empate. Con un jugador menos el Athletic apretó a su rival, por el orgullo de alguno de sus hombres más que por juego, que sigue sin aparecer después de muchas jornadas. Lógicamente la apuesta, aumentaba los riesgos y por eso llegó el tercer gol isleño, en una preciosa vaselina de Jonathan Viera ya en el descuento.

Los seguidores del Athletic fueron muy poco felices tras el partido de Las Palmas. El fútbol del equipo bilbaino parece en regresión desde el comienzo de la temporada. Valverde cuenta con una plantilla sólida y capaz, que ha conseguido resultados gracias a su evidente oficio, pero sólo por eso. El juego es ramplón, muy pobre, lejos del de temporadas anteriores. Los seguidores no son felices, ni ven partidos tan cojonudos como cree Valverde. Como la prensa sólo le molesta en las conferencias de prensa de antes y después de los partidos, tiene mucho tiempo para buscar soluciones, que sin fútbol es imposible engamar mucho tiempo a los aficionados. Por muy felices que sean.


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