A quien corresponda
A la atención del señor ministro de Cultura, don Iñigo Méndez de Vigo; también a la atención del señor presidente del Consejo Superior de Deportes, por unos días, don Miguel Cardenal Carro, y al que le sustituya en breve. No sé si utilizar lo de excelentísimos señores, o ilustrísimos, o muy señores míos. Lo que corresponda y a quien corresponda:
Hace un par de días se entregaron en Madrid, Villa y Corte, las placas y las medallas al mérito deportivo, que se adjudican a "los españoles que se hayan distinguido notoriamente en la práctica del deporte, en el fomento y enseñanzas de la educación física, o que hayan prestado eminentes servicios en la investigación, difusión, organización y desarrollo de la cultura física y del deporte". Como es lógico, en tal evento fueron galardonados deportistas de hoy y de ayer, sin distinción de disciplina, edad o condición. Así debe ser, por otra parte.
Los deportistas, los entrenadores, los dirigentes o los promotores no son, sin embargo, los únicos que ingresan, por mor de una orden ministerial, en la Real Orden del Mérito Deportivo, e incluso en sus más elevadas categorías, pasan a recibir tratamiento de excelentísimo señor o ilustrísimo, según sean sus méritos. Cada año ingresan también un puñado de periodistas y se dan casos curiosos. Así por ejemplo, que Mireia Belmonte sea ya ilustrísma señora porque tiene la medalla de oro al mérito deportivo, ganada por sus triunfos en la piscina, y que también sea ilustrísima señora una periodista en activo que nunca ha ganado nada salvo una oposición en RTVE. La comparación no resiste un pase, por muy grandes que sean los méritos periodísticos de la funcionaria televisiva, que también tiene la medalla de plata concedida años atrás. No me parece mal destacar a los periodistas, pero ponerlos, en este caso, a la misma altura que los deportistas me resulta inadecuado.
Por no hablar, por supuesto, de algunos de los premiados. Está claro que durante su mandato, el secretario de Estado para el Deporte y presidente del CSD se ha creado una corte de aduladores a base de medallas al mérito deportivo. No puede ser casualidad que la gran mayoría de los que se han puesto de su lado en la guerra contra Ángel Villar e incluso contra el presidente del COE, Alejandro Blanco, han sido recompensados antes o después con el ingreso en la Real Orden. El hecho de que la fotografía de Cardenal en los Juegos de Río, junto al expresidente de la Federación Española de Baloncesto, José Luis Sáez, acusado de apropiación indebida, no se convirtiera en un escándalo mayúsculo se debe, en parte, al agradecimiento por los favores recibidos, entre ellos las medallas.
En su reparto se dan casos paradigmáticos. Tienen la condecoración algunos filibusteros del periodismo que prefiero no nombrar; otros, perpetradores de lo más rancio del reporterismo carpetovetónico. Claro está, entre los premiados hay personas serias, esforzadas por difundir el deporte y sin ningún tipo de vasallaje a nadie. Este último año la ha recibido Ramón Trecet, que puede gustar más o menos, pero que sin duda se la merece. Supongo que cuando este tipo de periodistas se encuentran con los de dudosa calaña en el acto solemne de la entrega, no les queda otro remedio que poner buena cara, porque además de buenos profesionales son gente educada.
En fin. A la vista de los listados de cada año con los periodistas premiados, queda la sensación de que para entrar en la Real Orden es necesario trabajar en Madrid. Por supuesto, por el qué dirán, de vez en cuando se cuela en la lista algún periodista de Barcelona, y de Pascuas a Ramos, alguno de otros lugares. En 2015 aparecían en el listado un cántabro, un valenciano y un gallego. Y es por esto el alegato a quien corresponda. Si se lee con atención la lista de premiados, se puede observar que al margen de los deportistas más mediáticos, los que aparecen en las portadas con sus medallas de oro, la mayoría de los que reciben el galardón son personas anónimas; clubes modestos de cualquier parte de España, médicos que no aparecen en los periódicos, dirigentes de labor oscura y eficaz. Y sin embargo, este afán democratizador de la mayoría de los galardones, se pervierte cuando el premiado es un periodista, y se produce el agravio de que grandísimos profesionales, ni han recibido ni recibirán nunca el reconocimiento que se merecen.
Y por eso, a quien corresponda, lanzo un par de nombres, de personas cercanas a mí, porque han ejercido su profesión en Bilbao, que tienen los méritos suficientes como para haber recibido ya hace mucho tiempo su ingreso en la Orden del Mérito Deportivo, y me da más rabia aún que no lo hayan hecho, porque Miguel Cardenal Carro es bilbaino y tendría que conocerlos.
El primer nombre es el de una mujer, Sara Estévez, la primera periodista deportiva en España, en tiempos en los que no estaba bien visto que se metiera en el camino de los hombres. Tiene ya 90 años y sigue escribiendo sus columnas en El Correo. Los de mi generación, periodistas o no, le recordamos de su programa deportivo Stádium en Radio Juventud, donde se daban absolutamente todos los resultados de todas las categorías. Por su iniciativa, se organizaba el torneo de juveniles más importante de Bizkaia. Cuando ya integrada su emisora en Radio Nacional, a una lumbrera de Madrid -que tal vez tenga la medalla al mérito deportivo-, se le ocurrió cargarse el programa, todos los periódicos de Bilbao y alguno de tirada nacional, reaccionaron al unísono en contra de la medida. Y entonces los periódicos tenían mucha fuerza. Además, de Sarita siempre me quedará una lección. Cuando le recordé que en mis tiempos de estudiante le había enviado una carta pidiéndole respuestas a unas preguntas para un trabajo de la Universidad y me había contestado con celeridad me dijo: "Yo soy periodista. Mi trabajo es preguntar a los demás, ¿cómo no voy a contestar cuando me preguntan a mí?".
De la misma estirpe es mi otro candidato: Ernesto Díaz Pérez, otro grande del periodismo deportivo. Lleva 53 años ejerciendo su profesión. Ha tocado todos los palos e informado, en Televisión Española, Radio Popular o la Agencia EFE, de deportes de los que nadie más que él se atrevió a informar. Cuando la poderosa IAAF (Federación Internacional de Atletismo), tenía una duda sobre algún dato de su deporte, llamaban a Ernesto para que escudriñara en su espectacular archivo y se la solventara. Durante más de dos décadas fue embajador de la UNESCO para el Deporte y visitó decenas de países, y lidió con decenas de funcionarios -muchos de ellos corruptos-, para mejorar las condiciones deportivas por todo el planeta. Siguió en directo numerosas ediciones de los Juegos Olímpicos y lo que es más importante: nos trató a todos sus colegas con cercanía, desde el primer día. Cuando yo llegué de becario a mi primera rueda de prensa, hizo como que me conocía de toda la vida. A mí y a todos los periodistas que coincidieron con él.
Por eso, a quien corresponda, le diré que está muy bien, y queda muy bonito concederle la medalla a un ex árbitro fallecido que llevaba unos años comentando partidos de fútbol en una cadena de radio; nadie le quita el mérito, pero también que deberían tener los responsables de otorgar las condecoraciones, un punto de mira más abierto, para que no sólo aquellos que hacen ruido entren en el visor. Tal vez el sustituto de Cardenal lo calibre mejor. Dios guarde a ustedes muchos años.