Fútbol a pesar del fútbol
Cuando era niño, tendría ocho años más o menos, descubrí en un armario de mi casa un montón de libros que parecían llevar mucho tiempo allí. La mayoría eran novelas de Zane Grey, pero lo que a mí me llamó la atención era un volumen bastante viejo y con una portada que me impactó. Sobre un fondo rojo con letras blancas, aparecía una ilustración en la que se veía una jugada en una de las áreas de Highbury, en la que destacaban varios futbolistas, el árbitro, y lo que más me emocionaba: el portero lanzándose en el aire. Digo que era el antiguo campo londinense porque la novela se titulaba Crimen en el estadio del Arsenal. Con aquel título creía que el muerto era el portero, y que aquella postura del dibujo en color se debía a que había recibido un disparo desde la grada. Mi imaginación iba por delante del argumento. Cuando años después quise leer el libro, ya no lo encontré, pero me había dejado tal huella que cuando mis padres viajaron a Londres por primera vez en su vida, les pedí una camiseta del Arsenal, roja con las mangas blancas, como las de los jugadores de aquella ilustración. Para mi sorpresa y alegría me trajeron la equipación completa.
Gracias a internet descubrí hace un par de años que la novela que yo recordaba no era una distorsión de mi memoria, sino que existía, estaba escrita por Leonard Gribble, un prolífico autor de novelas policíacas, y había sido germen de una película: El misterio del estadio del Arsenal, filmada nada menos que en 1939 y en la que participaban los jugadores del conjunto londinense, que en la ficción se enfrentaban al equipo amateur del Trojans, cuyos futbolistas eran interpretados por los del Brentford, equipo en el que hasta el año anterior había trabajado el antiguo entrenador del Athletic, mister Pentland, como asistente del manager. De joven había sido uno de los equipos en los que jugó como profesional.
La trama del libro y de la película, que se puede encontrar en You Tube, no la voy a desvelar. El libro, posiblemente de la misma edición del que tenía en mi casa, estaba a la venta y lo compré por tres euros en internet. Lo guardo como un tesoro.
Quienes hayan llegado hasta aquí se preguntarán: ¿A qué viene todo esto? Muy fácil. Viene a cuento de esa bendita locura de la Fundación Athletic que cada año organiza con primor Galder Reguera, denominada Letras y Fútbol.
Otro fútbol es posible. Eso es lo que creen los iluminados que promueven las jornadas, en las que no rueda la pelota aunque parece que lo está haciendo. El lunes apareció por allí Philip Kerr, el prolífico autor británico, que, además de decenas de obras de ficción con temáticas diversas, nos ha regalado los sentidos con una trilogía sobre el fútbol en clave de intriga y novela negra. Kerr, nacido en Edimburgo (Escocia), pero fiel seguidor del Arsenal, hizo mención a mi libro fetiche durante su conversación con quienes acudimos a la cita, en un lugar que venía a cuento, junto a los palcos VIP de San Mamés, porque el asesinato del entrenador del London City, el equipo de ficción sobre el que gira la trama de Mercado de Invierno, se produce en uno de esos cubículos exclusivos del estadio londinense. La mano de Dios y Falso nueve son las dos obras que completan la trilogía. Por cierto, el técnico asesinado es portugués y se parece sospechosamente a Jose Mourinho.
Kerr es un tipo divertido. Confesó que había gastado una broma con su mención en la novela a la camiseta ketchup del Athletic, que diseñó Darío Urzay, y también desveló que nunca había visto jugar al equipo rojiblanco. Dio la sensación de que añora el fútbol de los años setenta; que desdeña la preponderancia del dinero en el balompié: "La Premier es como un agujero negro". Y también que desconfía bastante de los dueños extranjeros que han desvirtuado a muchos equipos de la Liga inglesa. Al contrario que muchos entusiastas de última hora del fútbol de las Islas, más papistas que el Papa en un país anglicano, abomina del boxing day, ese maratón navideño de partidos, y se burla de los futbolistas que dilapidan el dinero en lujos y coches caros como el Lamborghini, "porque conducir uno es una maldición de Dios. Es tan bajito que no se ve nada por el retrovisor, las puertas que se abren hacia arriba pegan con el techo del garaje. Me dejaron uno y tardé 45 minutos en sacarlo del aparcamiento".
Fue una delicia escuchar a Kerr, que a los ocho años, cuando a mi me obnubilaba el Crimen en el estadio del Arsenal, ya se ganaba la vida escribiendo a mano su propia versión de El amante de Lady Chatterley y alquilándosela a sus compañeros de clase. Lo mejor es que durante todas las jornadas el nivel se mantiene y quienes creen que el fútbol es algo más que darle patadas a un balón, tienen un espacio para comprobar que, efectivamente, es así.