Sin palabras
Fidel Uriarte no se acuerda de que hace 49 años le marcó cinco goles al Betis. La bruma se ha instalado en su memoria, casi no tiene recuerdos. Uno de los grandes en la historia del Athletic transita por un camino sin retorno. Pero los seguidores del Athletic sí se acuerdan de él, del gran Fidel. Como recordarán dentro de 49 años al gran Aduriz, el futbolista que les deja sin palabras, que agota los adjetivos del diccionario a la hora de calificar su aportación a un club que sigue siendo especial hasta en esto. Dentro de unos meses cumplirá 36 años y aunque por sus goles no parecen caer las hojas del calendario, la referencia a su edad es obligada porque hace aún más increíble su hazaña del jueves por la noche. Cuando Julen Lopetegui enunció la lista de jugadores convocados para los partidos que jugará España contra Macedonia e Inglaterra, no tuvo más remedio que pronunciar el nombre de Aduriz. El seleccionador argumentó que ya estaba incluido en la relación antes de los cinco goles frente al Genk, y posiblemente sea verdad. Pero si no lo fuera, no le quedaba otro remedio que escribir su nombre a lápiz en el folio que iba a leer ante los periodistas. Hubiera tenido difícil explicación cualquier otra decisión.
Tal vez pensó Aduriz, después de la Eurocopa, que su momento había pasado, pero los goles son la evidencia de que no es así. El delantero del Athletic sigue batiendo marcas en cada jornada y sus números no engañan. Sólo los del documento nacional de identidad. En un club tan apegado a sus tradiciones y sus mitos, Aduriz se está convirtiendo también en leyenda, como Pichichi, o Bata, o Gorostiza, o Zarra, o Gainza, o Fidel Uriarte, aunque el delantero de Sestao no lo recuerde.
Aduriz ha sido durante toda su carrera, un ejemplo de perseverancia. En el Antiguoko, cuando era cadete, menudo y tímido, tenía que pelear por el puesto. El equipo donostiarra estaba sobrado de calidad. Cuando dio el salto al Aurrera de Vitoria era el jugador más joven de la plantilla, pero se hizo un hueco en el equipo y en la categoría. Deslumbró a los técnicos del Athletic, que le habían fichado para cederlo al conjunto alavés, cuando fue la estrella frente al Bilbao Athletic en Lezama; en el filial rojiblanco también fue titular hasta llamar la atención de Heynckes, que le hizo debutar en el primer equipo, pero con el cambio de ciclo, y ante la tesitura de una nueva cesión, decidió volar solo. En Burgos, territorio inhóspito, enseguida le calaron y se enamoraron de sus goles. La afición burgalesa le convirtió en su nuevo ídolo y para Kresic, que controlaba lo que pasaba en El Plantío mientras entrenaba al Valladolid, era su objeto de deseo.
Cuando llegó a Pucela, los periodistas le recriminaron su camiseta sin mangas de la presentación, pero con su primer hat-trick en Segunda División comenzaron a adorarlo. Y entonces apareció el Athletic, del que Aduriz nunca se había olvidado. Cruzó los dedos para que su sueño se cumpliera y se cumplió. Eran tiempos complicados en San Mamés, con el equipo en caída libre, Urzaiz con un pie en el estribo y Llorente demasiado tierno como para afrontar la situación. Cuando las cosas se calmaron, el equipo se asentó y las arcas se vaciaron, Aduriz se convirtió en moneda de cambio. Y parecía definitivo. Pasó por Mallorca y Valencia, con un comportamiento ejemplar y un saco de goles. Y después el milagro, su regreso a Bilbao de donde nunca se quiso ir, y ese crecimiento exponencial, temporada a temporada, mientras la carrera de los futbolistas de su generación declina. Por eso deja sin palabras Aduriz.
Pero no hay que olvidarlo. Tarde o temprano decidirá dejar el Athletic. Entonces se extenderá el vértigo por su ausencia, y la de sus goles. Habrá que apelar desde ahora a la tranquilidad. Llorente se fue del Athletic y dejó un hueco que Aduriz tapó enseguida; el de Urzaiz lo rellenó Llorente. Y así llegamos hasta el último pichichi, Carlos, o a Fidel Uriarte, olvidado por su memoria pero no por el Athletic; y remontándonos más llegamos al primer pichichi, precisamente Pichichi. Siempre hay relevo. Por mucho que Aduriz nos deje sin palabras y pensemos que debería ser eterno.