Pobreza de espíritu
Cuesta atemperar el espíritu después de espectáculos como el de Genk. Hay que respirar hondo, echar una mirada al cielo, suspirar con fuerza e incluso levantarse de delante del ordenador y dar una vueltilla rápida para descargar adrenalina, que es la forma elegante de decir mala hostia. Como acostumbra a comentar un colega, partidos como el que ha jugado el Athletic son para comer cerillas. Viajar a Bélgica para hacer el ridículo de esta forma es algo que sólo le ocurre al conjunto rojiblanco, representante de una Liga poderosa, capaz de plantarle cara a cualquier equipo del campeonato, para transformarse después en un muñeco manejado por una cuadrilla de aspirantes, en un estadio sin apenas ambiente y encima, ante la mirada ilusionada primero, asombrada después y apesadumbrada finalmente, de seis centenares de incondicionales que no se merecían ese disgusto.
Lo malo es que no es la primera vez. En los últimos años se acumulan decepciones importantes ante equipos de medio pelo. La más reciente la del Sassuolo en Reggio Emilia, pero los seguidores del Athletic todavía tienen entre sus peores pesadillas las de Borisov, Zilina, Alkmaar, Koprivnica o Praga, por citar las más recientes. Los más viejunos pueden recordar incluso a aquel desconocido Beroe Stara Zagora búlgaro de mediados de los años setenta, que pasó por la piedra al Athletic.
Los rojiblancos completaron un espectáculo lamentable, falto de intensidad, a una marcha menos que la de sus colegas belgas, y por eso llegó el desastre, porque el equipo de Valverde, sin esa mentalidad que hizo que la Real cayera en San Mamés, es un equipo del montón. Pese a los mensajes del entrenador sobre la importancia del partido, los rojiblancos parecieron tomárselo a broma, y así les fue.
Nadie apareció, entre los bilbainos, salvo Yeray, que siguió la línea de los últimos partidos y apagó casi todos los fuegos que se le encendieron alrededor, hasta que se retiró en camilla con un esguince que parecía grave, cuando el partido ya estaba vencido. Los demás, quitando de enmedio a Herrerín, que hizo lo que pudo cuando pudo, hicieron un partido desastroso, empezando por quien debía convertirse en el cerebro del equipo, Ander Iturraspe, y que no tomó ninguna decisión acertada en los noventa minutos, salvo en un pase a Aduriz que el delantero elevó demasiado sobre el portero. El centro del campo, sin Beñat, hizo aguas. Iturraspe estaba incómodo, impreciso y lento. Puso la guinda con el despeje de cabeza que propició el segundo gol del Genk. Pero a su lado, San José mostró su versión más oscura. En blanco y negro. Sin corte, sin pase, sin iniciativa.
Muniain corría como pollo sin cabeza y qué decir de Lekue, que hizo de todo, pero todo lo hizo mal. A Raúl García no se le vio; Williams se retiró cabreado, supongo que por su actuación y no por el cambio. Aduriz echó por la borda la ocasión más clara del Athletic, que le hubiera servido para adelantarse en el marcador, y no me refiero a la vaselina, sino al gol que el árbitro sueco le anuló por fuera de juego. Sólo tenía que dar un paso atrás para esperar el centro de Williams, no lo dio y luego lo pagó con el empedrado y con un defensa local al que le pegó un rodillazo sin ton ni son que le podía haber costado la expulsión.
Balenziaga estuvo al garete la primera parte; Saborit en la segunda. Laporte se lio en defensa y el Genk parecía un conjunto plagado de internacionales cada vez que se acercaba al área. Cuando atacaba, el Athletic dejaba muchos espacios y propiciaba pocos apoyos. Los belgas esperaban serenos al borde del área y parecía imposible penetrar; justo lo contrario que en el otro área, en el que los jugadores rojiblancos esta vez de guardiacivil, se acumulaban casi en el área pequeña, invadidos por el pánico.
En fin, a otra cosa. Como el Sassuolo y el Rapid empataron su partido, el Athletic es colista del grupo pero poquito. La puntita nada más, y sigue con opciones de clasificarse. Claro que tendrá que demostrar más grandeza de espíritu que la de Genk. Si el Real Madrid coge el domingo a éste Athletic belga, ¡madre mía lo que puede pasar!