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Los pies de los porteros


El juego de los porteros con el pie es una milonga del fútbol moderno. Lo siento, tal vez se me echen encima los grandes entendidos, los gurús del balompié que pontifican en las tertulias. En tiempos de Blasco o Zamora, los porteros tenían un grave problema. En cuanto recibían el balón, o lo detenían, tenían que patearlo para evitar que una horda de delanteros se les lanzara encima. Estaba permitido. Después las cosas se suavizaron para los guardametas y ahora es pecado mortal tocarlos, aunque el reglamento no diga eso.

Pero como ya no tienen que evitar las cargas, los entrenadores les piden que, además de parar, se conviertan en un jugador de campo más. Ya no son los tiempos en los que Di Stéfano les pedía a sus porteros que si no detenían las que iban dentro, al menos no se metieran las que iban fuera, y sin embargo, en el fútbol moderno se ha conseguido la cuadratura del círculo, y mientras los entrenadores se agarran a una supuesta superioridad numérica a la hora de sacar el balón jugado, en muchas ocasiones lo que se consigue es lo que quería evitar el gran don Alfredo: que los porteros acaban metiéndose las que van fuera.

Tal vez sea un extraña forma de comenzar la crónica de un derbi, ese partido tan cargado de pasión y sentimientos, pero viene a cuento. Valverde sabía que su colega de banquillo, Eusebio Sacristán, sobreexplota las cualidades de Gerónimo Rulli con los pies. Que el técnico, salido de la escuela del Barça, quiere que sus jugadores salgan desde atrás con la pelota jugada al estilo azulgrana, pero eso no es posible siempre, porque para hacerlo bien hay que calibrar muchas cuestiones, y una de ellas es el nivel de agresividad del rival; su esfuerzo en la presión y la calidad de quienes se exponen al peligroso tiquitaca en las proximidades de su área.

Porque Rulli puede tener la misma calidad que Ter Stegen con el balón en los pies, pero también parece igual de temerario. Y Navas no es Piqué, ni mucho menos. Así que si un superequipo como el Barcelona comete errores en esas acciones y no ha encontrado la vacuna perfecta, los demás conjuntos son mucho más propensos a incubar la enfermedad.

Por eso después de encajar el gol de Zurutuza en un evidente fallo de concentración en un córner, y de tomar el mando del partido pasado el primer cuarto de hora, el Athletic aumentó su agresividad en el medio campo primero, con Illarramendi amonestado, y en zona de ataque después, para impedir que la Real se sintiera cómoda en el césped. Y si en la primera parte esa intensidad se tradujo en varias ocasiones que desbarató Rulli haciendo su trabajo normal, en la segunda, se convirtió en goles gracias a la rapidez con la que el equipo rojiblanco fue capaz de robar la pelota al rival. En el segundo y el tercero, además, con la defensa realista al garete y Rulli haciendo su trabajo extra.

Pero también en el primero se notó esa intensidad superior. Habían pasado sólo seis minutos tras la pausa cuando Muniain se internó en el área, salió trastabillado y pidió penalti, pero antes de que le diera tiempo a protestar demasiado, Lekue ya había robado la pelota otra vez y se la entregó de nuevo para que efectuara ese movimiento tan característico en él de recorrer el área de lado a lado para encontrar el agujero por el que disparar. Le salió perfecto. Esta vez Iker le encontró sentido a su juego, y disfrutó, como Iturraspe, que sustituía a Beñat.

A Raúl García también le salió perfecta la presión sobre Rulli, que le entregó un balón a Navas para que éste le devolviera un melón. Andaba toda la línea de vanguardia del Athletic preparada para el asalto, así que el rebote le llegó a Williams, que se la dejó a Aduriz para que el goleador levantara suave sobre Rulli e Iñigo Martínez, que vieron como el globo les superaba para besar la red.

La Real siguió empeñada, tal vez con cierto grado de ofuscación, en salir desde atrás, y el Athletic volvió a sacar tajada. De nuevo apurado Navas, quiso jugar con Illarramendi, pero otra vez apareció Raúl García para robar. Rulli estaba en una esquina del área grande. Aduriz, después de un movimiento imperial, se la regaló a Williams como premio por el meneo que le estaba dando a Yuri en la banda.

Todo parecía en su sitio tras el tercer gol del Athletic, pero Iñigo Martínez enturbió un poco la fiesta rojiblanca en un gran remate, de nuevo a balón parado. La inercia del partido, sin embargo, apuntaba más al triunfo rojiblanco, que es lo que sucedió. Muy merecido, por otra parte. Los hombres de Valverde jugaron con garra y sobre todo, con inteligencia. Supieron explorar las carencias del rival y explotarlas. La milonga del juego con los pies de los porteros era una de ellas, les salió a la perfección. El resto también.


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