La cohesión vale mucho
Granada es así. Siempre lo fue. Cuando el getxotarra Izcoa le quitaba el puesto al mejor portero de América, el uruguayo Ladislao Mazurkiewicz, o cuando el argentino Aguirre Suárez y el paraguayo Fernández causaban pavor entre los delanteros de la Liga.
Granada fue y es lo que en aquel nunca bien ponderado Festival de la OTI, que tantos momentos impactantes nos dejó en la retina a quienes sólo teníamos como referencia la primera cadena y el UHF, se hubiera llamado crisol de razas y culturas. Granada, ya a lo moderno, con la TDT plagadita de canales donde es posible seguir la vida de las Kardashian o como los millonarios buscan esposa, siempre ha sido lo que ahora se llama multicultural. Desde tiempos anteriores a los Reyes Católicos, que observaron el panorama durante años desde Santa Fé antes de ejecutar el desahucio de Boabdil el Chico y de su madre, que debía ser de armas tomar.
Pero una cosa es ser multicultural y otra muy distinta, ser un batiburrillo de nacionalidades. Y el Granada de Paco Jémez es todavía eso. Cuando el delegado del equipo les pide a los futbolistas el pasaporte para preparar un viaje, no hay dos con las mismas tapas. En el Athletic lo tienen más fácil. Salvo uno de la República Francesa, el resto son todos iguales. Aún así, todos comulgan con el Tratado de Schengen. Por eso el delegado no tiene problemas con los visados ni Valverde con las consignas.
Para Jémez es más complicado.
Es indudable que el entrenador canario cuenta con un puñado de futbolistas con talento, capaces de resolver por su cuenta lo que en grupo todavía no es posible; que, además, pueden encadenar sobre el césped algunos minutos de buen fútbol, de acogotar al rival en su propio campo y de generar ocasiones, pero todo eso sólo lo consiguen a ratos, y frente a un equipo cohesionado y con bastante oficio como el Athletic se encuentran con problemas.
Porque los rojiblancos, en esta ocasión de verde guardiacivil, todavía no han encontrado la velocidad de crucero, pero el pegamento lo llevan de serie. Son muchos partidos juntos, decenas de entrenamientos en Lezama siempre con las mismas caras, y si eso tan difuso como es la filosofía del Athletic tiene su dificultad a la hora de reforzar una plantilla, también presenta ventajas evidentes.
Así se explica el partido de Los Cármenes. Mientras los seguidores del Granada todavía no se conocen los nombres de la mitad de sus jugadores; los del Athletic tienen los mismos cromos desde hace años, y eso se refleja en el campo desde el inicio, que fue muy bilbaino, con los hombres de Valverde empujando al Granada a su área, hasta que llegó otro de esos zapatazos de Raúl García que ni Ochoa ni nadie hubiera podido adivinar, para adelantar a su equipo en el marcador. En un santiamén pudo resolver el Athletic, porque Aduriz después de un túnel al defensa tuvo la oportunidad ante Ochoa, pero lo dejó para más adelante.
Aún así no dejaba margen y se desesperaba el Granada en su batiburrillo, hasta que en una de esas jugadas tragicómicas que suelen suceder en el área rojiblanca, el paradigma de esa torre de Babel granadina, Medhi Carcela González, nacido en Bélgica de padre español y madre marroquí, acertó, después de varios intentos, a meter el pie y batir a Kepa desde cerca.
Era el último minuto de la primera parte, y el gol sirvió como terapia grupal y elemento de cohesión al Granada, que durante algunos minutos, tras el descanso, apretó las tuercas al Athletic con mucho entusiasmo. Tanto que, después del minuto 20 y un par de intervenciones milagrosas de Kepa Arrizabalaga, el equipo nazarí perdió fuelle, se desfondó y dejó paso al oficio del Athletic que, con tranquilidad, recompuso sus piezas, sacó petroleo de un córner que remató San José y remachó Laporte. Sin aire el Granada, perdió todas sus cualidades y ya no pudo llegar al área del equipo bilbaino, que pasó los últimos minutos tranquilo, sin sustos, pensando en los nueve puntos que ha sumado en los últimos tres partidos, y en los que podrán llegar si encima empieza a jugar al fútbol,