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El número 18


Ayer nos enteramos de que Óscar De Marcos no podrá jugar los próximos partidos porque en la primera parte del choque del pasado domingo ante el Valencia, sufrió un esguince de tobillo, según los médicos que entienden de esto, de grado II, es decir, una cosa seria. Para el resto de los mortales un dolor importante y la zona hinchada como un globo. Aún así, siguió jugando y aguantó los 90 minutos. Tal vez no era lo más recomendable. Tal vez tampoco fue recomendable que jugara aquel partido contra el Zaragoza, en el que recibió una patada de Paredes, igualmente en la primera parte, y en el que al acabar tuvo que acudir al hospital, porque los tacos de su rival le habían rajado el escroto de arriba a abajo. Posiblemente, la pasada temporada tendría que haber dicho basta mucho antes de romperse definitivamente por culpa de la pulbalgia que le martirizó durante meses y por la que tuvo que pasar por el quirófano. Aguantó la posición como un valiente.

Pero De Marcos es así, y basta fijarse en un detalle para comprender sus razones. A finales de la temporada pasada se retiró del fútbol Carlos Gurpegui, el futbolista que fue santo y seña del Athletic durante más de una década, ejemplo de entrega a unos colores. Óscar, que portaba en su espalda el número 10, tal vez el más cotizado por un futbolista, el símbolo de la exquisitez sobre un campo de fútbol, el de Pelé, Maradona, Messi o Txetxu Rojo en sus últimos años, decidió cedérselo a Iker Muniain y recuperar el 18 que hasta ese momento llevaba en su dorsal el capitán retirado. El número 10 es un símbolo en el mundo del fútbol. De hecho, el 10 es sinónimo de perfección. Todo el mundo busca el diez en el examen; ser una persona diez equivale a triunfar. El primero que lo utilizó, de forma casual, fue Pelé, en el Mundial de Suecia de 1958, y desde entonces se convirtió en sinónimo de brillantez futbolística. El 18 es un número más, así a primera vista.

Pero De Marcos entiende la perfección de otra manera. El quiere ser como Gurpegui, un símbolo del equipo en el que siempre quiso estar. No se parece en nada, por la forma de jugar, a su antiguo capitán, ni actúa en la misma posición, -aunque ambos siempre han sido capaces de adaptarse a cualquier situación-, pero los dos entienden el fútbol de manera similar, como un acto de entrega en cada partido.

Aunque Óscar nunca perteneció a la cantera del Athletic; pese a que guarda infinito respeto al Alavés, con el que debutó en la elite, su espíritu siempre ha sido rojiblanco, y esas manifestaciones de amor eterno que hace, no son, como en otros casos, palabras vacías. Conoció en su casa, de sus padres, el cariño a los colores rojiblancos. Ya lo dijo: "Yo prefiero ganar un título con el Athletic que diez con cualquier otro club. Siempre he querido ganar un título con el Athletic porque me apasiona el Athletic y quiero ganarlo aquí. Eso lo sigo repitiendo. Yo me siento muy bien valorado aquí y me quiero quedar aquí toda la vida".

El número 18 que llevó Gurpegui tiene ahora al mejor sustituto posible, Óscar De Marcos, ocho temporadas, 296 partidos, 28 goles, algunos de recuerdo imborrable, como el de Old Trafford. Un ejemplo para los chavales, con los que, en sus primeros años en el Athletic, no le importaba pararse a jugar un partidillo en la plaza del Funicular, donde le esperaban algunas tardes.

De Marcos ha sido un jugador importante en los últimos años. En tiempos de Marcelo Bielsa se convirtió en santo y seña de su propuesta desde la media punta. El argentino le hizo indiscutible y confesó que era uno de los emblemas de su forma de entender el fútbol; con Valverde se reconvirtió en lateral, y allí sigue jugando cada domingo, salvo lesión. En estos momentos, después de su operación en Alemania ya el consiguiente periodo de rehabilitación, parece haber perdido algo de chispa, de esa determinación para subir y bajar la banda sin descanso, que no se recupera en unos días. Posiblemente aún no está en plena forma, pero como de Gurpegui, nunca se podrá dudar de Óscar De Marcos, el 18 del Athletic.


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